Soledad

Lo malo de vivir en un pseudo-pueblo al cual la ciudad no ha logrado extinguir del todo, son las fiestas. No son parte de tu rutina ni de tus costumbres y, sin embargo, se celebran sin ti.

Empezaron los fuegos artificiales por ahí de las 11 de la noche y Margarita, mi perra, no tardó en ponerse ansiosa. Lleva 8 años viviendo en ésta casa, escuchando la pirotecnia de todas las fiestas de todos los santos y no ha logrado acostumbrarse. No ha logrado entender que en ésta casa está protegida, que nada malo pueden provocarle.

Mientras sonaban los estrepitosos cohetes Margarita daba vueltas, sin saber qué hacer, sin poder deshacerse del miedo. Hasta que concluyó por acurrucarse junto a mí en el sillón, temblando, escondiendo su nariz en mi regazo.  No entendí del todo si me estaba intentando proteger o si estaba protegiéndose en mí. Pero sin duda alguna, el estar a mi lado la hizo sentirse mejor, hizo del miedo algo más llevadero.

Formar vínculos es instintivo.

A lo largo de la vida uno va creando muchos vínculos. Ya lo dijo Aristóteles: “El hombre es por naturaleza un animal social”; Desde que abrimos los ojos por primera vez generamos un vínculo, los que somos afortunados, con nuestros padres. Y así mientras vamos creciendo vamos formando más y más tipos de vínculos que a la larga, definen nuestro carácter, nuestro pensamiento, nuestro único e individual ser.

Estos vínculos, mientras pasa el tiempo, se van haciendo cada vez más fuertes. Se convierten en herramientas, en nuestra raíz, en nuestra seguridad y en una parte importante de nuestra autoestima. Así, llega el momento en el que algunos de nosotros nos convertimos en personas fuertes, independientes, con hambre y sed de aventura. Entonces obviamos esos vínculos, creyendo que podemos prescindir de ellos.

Y entonces te vas, emprendes y te alejas de tus raíces, de tus bases. Intentas ser fuerte y autónomo, porque es así como te enseñaron a ser, es así como quieres ser. Y te quedas solo.

Al principio es fácil, tienes la adrenalina para disfrazar tu soledad y te emocionas resolviendo cosas que antes no hubieras podido. Tu Ego crece con la falta de convivencia, y ese es el principal problema de la soledad, que no te das cuenta de lo aislado que estás, que sigues funcionando.

Poco a poco te vas acostumbrando y la adrenalina se asienta. Es entonces cuando la soledad empieza a asomarse, cuando empieza a incomodar.

Recuerdo la primera vez que me enfermé estando fuera de casa. Nunca sabré si en verdad la gripa es más fuerte del otro lado del mar, o si yo la sentí peor por estar tan sola. La fiebre me tenía delirando tirada en cama y no podía levantarme ni para prepararme algo de comer. No tenía a quién hablarle, quien me hiciera una sopa, un té. Sin embargo, nadie se muere de una gripa, sobreviví y poco a poco se me olvidaron esos tres días de soledad, de insuficiencia propia.  Mas no puedo negar que ese ego tan enaltecido sufrió un daño.

Empiezas a extrañar compartir tu café matutino con alguien, las charlas a la hora de cenar, los viernes con tus amigos, cosas que antes te parecían poco especiales y dabas por sentadas. Hechas de menos todo aquello que te acunaba antes, pero sigues funcionando, intentando negar el hastío que surge del exceso de convivencia con tu propia mente. Intentando negar esa vulnerabilidad que surge entre tanto silencio. Y las rupturas de tu inconsciente empiezan a apoderarse de ti, empiezas a sentir que te sofocas en ti mismo. Esa, es la contrariedad de la soledad, que no estás totalmente sólo, estás contigo.

El otro problema de la soledad es que te deja sin opciones. Es la desesperación.  Te estás ahogando en el mar de la ansiedad y solo ruegas por cualquier cosa, un barco, un salvavidas. Y terminas por aferrarte al primer tronco que encuentras.

Yo no tuve la mejor de las suertes. Ahí, cuando más sola estuve, fue cuando lo conocí. Me aferré a él en ese naufragio, que, aunque no me daba cuenta me estaba carcomiendo.

Hoy que estamos juntos formando un nuevo vínculo, me miras y te preguntas cómo fue que dejé que se apoderara de mi vida alguien así. Ésta es mi mejor manera de responderlo. Resulta que al final no soy tan fuerte ni tan independiente. Que, así como Margarita no logra sobrellevar su miedo a la pirotecnia, yo no pude sobrevivir esa aventura sin un vínculo.

Supongo que al final de todo tengo que agradecerle, porque para bien o para mal llegó justo cuando más lo necesitaba, y de alguna manera u otra, logró cobijar mi alma ansiosa, hasta que el miedo de estar sola se hizo más llevadero.

 

“En la pobreza y en los demás infortunios, se considera a los amigos como el único refugio.» – Aristóteles.

Maldigo(te)

En mi mente se han perdido ya

los estragos de tu recuerdo.

He olvidado tus ojos, tus manos, tu cuerpo

y no encuentro la razón del amor que por ti sentí.

 

Sólo quedan los estragos del incendio,

éste bosque muerto, hecho cenizas.

El dolor de tu traición, la ira,

un montón de huesos y sueños rotos.

 

No soy omnipotente, omnipresente,

no fui suficiente para arreglarte;

Sin embargo, mi existencia y ésta furia

son tan grandes que cruzan mares para torturarte.

 

Intenta negarlo,

que es mi recuerdo el que te escuece,

que el deseo de mí es lo que en tu soledad efervesce,

que escondido en tu inmensa cobardía

aún sigues mis huellas, que en tu mente sigo viva

y de mí no puedes deshacerte.

 

Y te maldigo.

Para que cuando ella te diga que te ama

la culpa exprima tus entrañas y recuerdes,

que me tuviste, me maltrataste, me dejaste

y como gusano, temeroso,

preferiste esconderte entre sus piernas

antes que enmendar el daño

 

Te maldigo.

Para que cuando te mire, y veas cuánto te quiere

sólo puedas ver mis ojos en los suyos.

Que su piel te raspe y no encuentres consuelo ni abrigo,

que ardan tus manos y no vuelvas a sentir calor.

Que al acercarte al orgasmo, escuches mis jadeos

y jamás vuelvas a probar el cielo.

 

Te maldigo.

Para que la culpa de tu traición te asfixie,

que te ciegue y te nuble en los días de sol.

Que mi esencia viva plasmada en tu sombra

y que sea la misma culpa, la que en los días fríos

cale tus huesos y enloquezcas de dolor.

 

Que si en la ausencia te maldigo,

no es que te extrañe, o te desee mio.

Es para proteger a aquellas que aún son libres.

Que ninguna mujer en ésta tierra,

por más malvada y gamberra,

merece el suplicio, la tortura, la mala fortuna,

la desgracia, la desdicha, el sacrilegio…

…de llamarse tuya.

 

 

Electra

Cuando corro te imagino detrás de mí
y mis pies aceleran desesperados
intentando huirte, huir de mí.
Pero en cada camino que escojo te encuentro
vislumbro tu silueta entre la niebla
y entonces lo incendio todo y doy la media vuelta.

No hay heridas como la primera.
Como esa que decepcionó tornando la esperanza incierta,
que de un zarpazo abrió los párpados
dejando los ojos abiertos, desprotegidos, desnudos.

Me lastimaste tanto que de las heridas brotaron espinas
ahora es mi piel la que hace daño.
Y esas cicatrices me han (de)formado;
Jamás seré quien era antes de la tormenta,
de ese diluvio de lágrimas provocado
por ti, que fuiste todo.

Que querer convertirte en nada, de nada sirve.
Estás tan dentro de mí
que el resto son sólo redundancias temerosas;
Porque miedo es lo que soy, es en lo que me convertí
después de amarte y entregarte mi confianza.

Y no puedo más que huir de ti,
para descubrirte durmiendo a mi lado en la cama,
revivir ese daño en cuantos ojos me pierdan,
y esconderme en tu sombra cada vez
que el sol me encuentra e intenta calentarme.

Hay días en los que amanezco fuego,
en los que soy fuerza, fulgor y furia;
Me libero de ti, de tu cárcel y emprendo
borrando mis huellas
apurando mis pies en búsqueda del edén.

Luego llueve y recuerdo que soy sólo una gota
que atrapada cae al infinito
incapaz de detener la inercia
cuyo único destino es caer y seguir cayendo
hasta tocar el suelo y reventarse.

¿Cómo poder escapar de ti?
Si eres todo lo que conozco, lo que amo.
Si la primera vez que abrí los ojos fue a ti a quien vi
y ahora sé que vives ahí, en mi inconsciente

En mis pesadillas, en el filo de la ansiedad que escuece,
en las raíces que me aferran a la tierra,
en el susurrar del viento que eriza mi piel
y en ésta herida que por más que quiere cerrar
Vuelve a abrirse, y te sangra

Abro los ojos y te encuentro de nuevo;
Ésta vez en el reflejo del espejo que grita.
Y entonces lo entiendo,
la vida es un instante y yo la he desperdiciado
imaginando que la voluntad existe, mas
¿quién soy yo, para querer sentirme libre,
para creer que puedo tomar las riendas desafiando al origen
para rebelarme ante la natural fortuna
de convertirte en eso que odias y juraste olvidar?

Entropía

– ¿En qué piensas? – me dijo.

 

***

Cómo explicarle que la última media hora mi mente estuvo vagando entre Álvaro y los principios de la termodinámica, que mi pelo revuelto es sólo un reflejo de las marañas en mi mente y que a veces necesito abstraerme para ordenarme, para intentar entenderme.

Todo el debraye empezó hace algunos meses. Desperté un día de vuelta en mi casa, sumergida en una terrible involución en la cual pareciera que los últimos dos años de mi vida no pasaron, no valieron para nada. Mi vida regresó a lo que era antes; La misma gente, las mismas actividades, la misma ciudad, la misma casa y el mismo sentimiento de intrascendencia.

Y la pregunta ¿De qué sirvió? Me atormentaba. Empujar mis pies por un par de continentes, llenar mis suelas con la arena de cinco mares, despertar en tantas ciudades y dibujar un camino al que le aposté mi vida entera. Todo para que Álvaro se fuera y yo terminara en el punto inicial, como si no hubiera pasado nada.

Sin embargo, me sentía distinta, mucho más cansada. Y fue así como empecé a relacionar lo nuestro con la entropía, intentando aterrizar los pensamientos de Clausius junto con mis propios tormentos.

Es como la máquina de vapor, la cual parecía ser perfecta. Se suministraba calor, el agua se evaporaba, movía los pistones y volvía a condensarse para empezar el proceso de nuevo. Parecía eterno. Sin embargo, parte de la energía se perdía con el calor irradiado de la propia máquina. El sistema no era exacto, algo se escapaba, destinándolo a un inminente final.

Supongo que algo así pasó conmigo. Soñé y me calenté con un millón de ideas y planes, todo para volverme a condensar y acabar en el mismo punto de inicio. Y esa energía que se perdió, no es nada más que un mero aprendizaje en forma de joules. Que ahora he aprendido a ver las cosas de distinta manera, que cargo un par de cicatrices nuevas y que mis ojos se han abierto aún más.

 

Después de que en el mundo de la física se entendiera que nada es infinito, Boltzmann asoció la entropía con el grado de desorden de un sistema, haciendo ver que todo proceso en el universo tiende al desorden. Curiosamente ese es el orden natural, todo tiende al caos.

Eso me hizo pensar en cuando vivía con Álvaro, en esos días que llegaba de trabajar y al entrar al condominio en coche, deseaba con todas mis fuerzas pisar el acelerador a tope y estrellarme con el muro de piedra. Sin embargo, siempre concluí por girar a la derecha y estacionarme. Todo para llegar a una casa en la que cada vez habitaba más el caos, en la que cada vez era más cansado existir, en la que cada vez había más peleas y menos energía para arreglarlas. En una realidad en la que mi cuerpo cada vez tenía más sueño y mi mente estaba cada vez más aturdida intentando negar tantos problemas.

Así como los científicos se aferraron a que la máquina de vapor era un sistema perfecto, yo me aferré a que Álvaro y yo fuéramos eternos. Y cuando llegó el final me costó entender que era algo natural, que no fuimos nada especial, fuimos sólo un sistema más que naturalmente tendió al caos hasta destruirse.

Sin embargo, duele. Duele que se haya perdido la constancia de dicho experimento, porque por alguna razón no logro encontrar los recuerdos de los días que compartí a su lado, y cuando veo nuestras fotos se sienten como postales. Sólo veo en ellas a un par de desconocidos, enamorados, con los que no logro empatizar. No lo reconozco a él y no me reconozco como esa chica de pelo corto, que con toda su fuerza intentó ordenar el caos de un sistema que no tenía ni la menor oportunidad de salvarse.

 

Y es ahí cuando entra la metáfora de la pasta de dientes. Puedes sacar la pasta del tubo, sin el menor esfuerzo; Pero por más que trates no puedes volverla a meter sin un cambio de entropía, y es por eso que no puedo ver las cosas, ni sentirme como lo hacía antes.

Álvaro me dio la razón en lo único que no quería tenerla, me demostró a capa y espada que no es más que un cobarde y ahora por más que trate no puedo ver al hombre de las fotos como lo hacía antes. Se fue, poniendo un mar de por medio y quemando los puentes; Dejándome con las maletas hechas y el corazón en la mano. Y aunque trate, no puedo imaginar un camino de vuelta, todo lo que había apostado ya no está sobre la mesa, el concepto que tenía de él se perdió y ahora ese sueño se siente lejano. La pasta se salió del tubo y dicho acontecimiento es irreversible.

***

 

Interrumpiendo mi enmarañado silencio, me besó. Y las moléculas de mi cuerpo se sacudieron hasta evaporar mi sangre. Fue entonces cuando comprendí que la involución había llegado a su fin. Que después del primer beso, irreversiblemente se había desatado una entropía, que ahora que él forma parte de mi universo, que tengo su ADN bajo las uñas y sus ojos tatuados en la cabeza, estoy inmersa en un nuevo sistema el cual tenderá al caos y más temprano que tarde acabará por destruirse….

Fuego.

«En el descuido de un segundo, está contenida entera una catástrofe» – Antonio Muñoz 

 

Bastó un segundo, para que tus labios se abrieran rumbo hacia mi cuello generando una descarga eléctrica. Para que tus ojos se toparan con los míos y tus manos me conocieran por vez primera. El momento en que dos universos colapsaron, en el que tu vida y la mía se encontraron en un beso. Ese instante preciso en el que una chispa encendió una llama.

 

***

“Piromanía: trastorno del control de los impulsos, que produce un gran interés por el fuego, cómo producirlo, observarlo y extinguirlo.”

Quizás fueron aquellas conversaciones en las que nuestras ideologías chocaron. Dos mundos distintos que se debatían a través de la palabra. Caminando juntos en el malecón de noche, cuando el brillo de la luna se reflejaba en el mar, sin embargo, tu mirada brillaba con más fuerza. Habías encontrado algo nuevo y te llenaba de curiosidad; una inmigrante con corazón de gitana y poca fe, que gastaba sus días de soledad cuestionando al mundo, abandonando dogmas y paradigmas. Un alma opacada de tanta realidad, una mente que no cesaba y se disputaba con su propio corazón lleno de fuego, con un hambre de vivir y ver, de seguir cayendo y aprendiendo.

–   ¿Sabes? En clase estamos viendo temas de simulación. Tal vez te sorprenda,          pero a veces me encuentro simulando una vida contigo, imaginándome cómo        sería, las cosas que haríamos –

Dijiste en una de esas noches de canutos y pláticas de madrugada en un sillón naranja. Sin entender que simular es merodear entre mundos paralelos como si tuviésemos poder sobre ellos, como si fuese posible saltar de uno en otro y sumergirnos en una nueva realidad, como si pudiésemos con exactitud predecirla y escogerla. Sin embargo, simular también sirve para tomar decisiones, para ver con perspectiva el punto en el que uno se encuentra y valorar el entorno, encontrar en él las cosas buenas y las carencias y entonces generar una apuesta, bifurcar el camino en el que se está, escoger y crear otro universo, dejando el paralelo atrás.

 

***

–  Me da igual. Quiero estar contigo todo el tiempo que sea posible  – .

Dijiste en mi portal. Tratando de detener un final que parecía inminente. Y entonces empezó, escogiste el fuego. Se abrió un universo nuevo y nos tomamos de las manos; unas manos cargadas de fe, de ansiedad, de esperanza y deseo. Y en mi cama, entre sábanas blancas, convertimos la llama en fogata.

Y te enamoraste de mí, de mi temperatura que siempre está elevada y la manera en que en pleno invierno lleno de calor la cama, de la forma en que mis manos recorrieron tu cuerpo como queriendo fundirlo con el mío, de mi insaciable hambre de comerte sólo a ti; de la manera en que río hasta de la historia más trágica, de los días en los que pareciera que no me puedo estar quieta y quiero comerme al mundo de un bocado, y de esos otros en los que me inunda la calma y puedo dormir hasta trece horas seguidas sin importar lo que el sol dicte.

Te enamoraste de mí, de mis ideas insensatas y mi corazón constantemente roto, de mi pesimismo, mi melancolía y la contradictoria esperanza que encontraste en el brillo de mis ojos. De mi manera de escucharte y de mis conclusiones que sacudieron tu mundo. De las promesas que el fuego y su luz usan para atrapar al pirómano, como si fuera magia.

 

***

  “Fuego:  conjunto de partículas incandescentes de materia combustible, capaces de emitir calor y luz visible, producto de una reacción química de oxidación violenta.”

Pero tenías que saber, que el fuego es traicionero. Que llega un punto en que empiezas a depender de él, que si te alejas demasiado te da frío, te sumerge la oscuridad y tus pupilas lo necesitan para ver. Tenías que saber también, que el fuego cambia con su entorno, que si llueve se apaga y si hay demasiado viento crece y se descontrola, que en cualquier instante éste explota, destruyendo todo lo que está a su alcance.

Llamamos “amor” a todo aquel tiempo que estuvimos en guerra y poco a poco perdimos el control de la fogata. Hubo días en los que ésta seguía ardiendo, tranquila y placentera, en los que tú y yo nos abrazábamos, reíamos y jugábamos; en los que mis manos se paseaban por tu espalda y no podía parar de besarte, en los que nos comunicábamos sólo con la mirada y todo parecía suficiente. Días en los que florecía un nuevo sueño, como promesa de más chispa y en los que se emprendía una aventura más de las tantas que fuimos coleccionando.

Sin embargo, hubo días también en los que la rutina hacía que la fogata perdiera su fuerza, desgastada de las mismas discusiones, sin ganas ya de argumentar nada. Cansada de los días tan iguales, de la falta de empatía, donde las promesas perdían veracidad y el reflejo del espejo se quedaba en silencio. Días vacíos.

Y hubo un factor, que ambos desconocíamos. Que tus demonios eran enemigos de los míos y que mi ego y tu soberbia jamás aceptarían empatar. Que nuestras costumbres tan distintas no encontrarían mestizaje y que, aunque hablásemos el mismo idioma no nos podríamos comunicar.

Que no importaron, todas aquellas horas en las que intentamos llegar a un acuerdo, que por más que levanté la voz, no lograste escucharme y por más que llenaste el silencio de palabras no te aprendiste a expresar. La impotencia se apoderó de nuestras ganas, cargando los pensamientos de miedos y dudas, añadiendo a la rutina rencor y reproches.

 

***

“Explosión: Ruptura violenta de un cuerpo por la acción de un explosivo o por el exceso de presión interior, provocando un fuerte estruendo.”

Hasta que explotó, todo explotó. Ese fuego del que te enamoraste, se mezcló con la pólvora de tu mirada y la gasolina de tus palabras, ese fuego que se reprimía en mis adentros, el que intenté controlar se apoderó de mí. Y por un instante fui más fuego que alma y éstas manos que antes hablaban sólo de amor, se cargaron de ira y reaccionaron queriendo destruirte, queriendo acabar con todo.

Nuestra casa ardió como las millones de fogatas de la noche de San Xoan y al día siguiente todo estaba en ruinas, todas aquellas promesas de verano se habían convertido en cenizas. Ya no se sentía el calor.

Lo intentamos, aferrarnos a lo poco que quedaba, viviendo del recuerdo del fuego que antes ardía. Pero mi fuego tenía miedo, había conseguido niveles que antes le parecían inalcanzables, conoció su verdadero poder, su verdadera fuerza y se atrapó en sí mismo y en su culpa inexorable. Y tú ahora cargabas con cicatrices de eso que antes te había enamorado, la llama ya no te atraía ni te hacía sentir seguro, sabiendo que podía ser incontrolable.

El fuego no arde de la misma manera dos veces, después de ser incendio forestal no puede regresar a ser sólo una llama que ilumina. Y los estragos del incendio se pierden con el viento… desaparecen.

 

***

“Todo tiene derecho a la belleza” – Efraín Huerta.

Sin embargo, fuego soy y fuego fui y existe cierta belleza en el desastre. Que hay vidas que pasan enteras sin lograr encenderse, escondiéndose entre escusas y pretextos; pies que nunca se despegan del suelo y pasados sin importancia. Que hay amores opacos sin siquiera una chispa de lo que tú y yo fuimos.

Yo prefiero ser fuego y arder. Convertirme en cenizas y volverme a encender, vivir rápido, renacer tras mis errores, apostarlo todo sin pensarlo demasiado. Aprender a caminar con los puñales que la vida me entierra en la espalda, no dejar que nada me detenga, amar cada una de mis cicatrices y sus historias. Que vida sólo hay una y yo, no me quedo con las ganas. Me enfrento a ella con la fuerza de las olas de febrero y aunque me equivoque mil veces … no me arrepiento de nada.

Libertad

Salí del juzgado y me fui directo a casa, con mis hijos. Los abracé y me encerré en mi cuarto para poder llorar. Me sentía libre, completa, a pesar de todo lo que acababa de perder.

 Conocí a Gerardo un domingo, saliendo de misa. Yo iba andando de la mano de mi padre y él se acercó a saludarle. Desde ese momento me hice suya en sus ojos.  Un par de años después nos casamos en esa misma iglesia y me trajo a vivir a la ciudad de México.

A mí me enseñaron que un matrimonio, es para siempre. Al casarte juras ante Dios y ante todos los presentes que vas a estar con esa persona hasta que la muerte los separe. Pero ninguno de ellos, ni siquiera tú, podría imaginar lo que semejante juramento significaría.

Junté toda la evidencia que tenía sobre la situación económica de Gerardo. Durante un año guardé todos los recibos, saqué copias de las escrituras de todas las propiedades, estados de cuenta, en fin… todo lo que pude encontrar para probar que vivíamos en una situación privilegiada y que a Gerardo le alcanzaba para que sus tres hijos y yo siguiéramos con nuestro mismo nivel de vida aunque él y yo nos divorciáramos. Lo puse todo en una caja y se lo entregué a mi abogada. Se quedó boquiabierta y me aseguró que ninguna mujer era tan inteligente, que nadie se preparaba tan bien, que teníamos el caso ganado.

En el pueblo, todos lo conocían por su carrera política. Al verlo yo sólo pude imaginar por su postura y su bigote bien tupido, que era un hombre que se daba a respetar, un hombre de poder.

Creo que en el pueblo, o al menos en mi familia, nos educaron para ser la esposa perfecta de un hombre de poder. Siempre arreglada, sumisa, amable, con la voz bajita y con millones de muletillas que sirven para manipular a cualquier hombre y conseguir lo que una desea. Aprendí a cocinar, a cocer, a saludar y a mantener la imagen ante todo. Y ahora que me estoy divorciando ¿De qué me sirven todas éstas habilidades?  Ojalá hubiera estudiado una carrera.

Cuando llegamos a la ciudad de México me sentí pequeña e insignificante por primera vez, me aferré del brazo de Gerardo y no me atrevía a andar por la ciudad sin él.

Él compró una casa enorme en alguna colonia muy privilegiada. Era de dos plantas y tenía cuartos como para que nos visitaran todas mis hermanas al mismo tiempo. Tenía un jardín enorme que rodeaba la casa y que se podía mirar desde el ventanal de la sala. Amaba esa casa, pero nada más salía y la ciudad me aplastaba, con sus millones de coches y camiones, con los semáforos, los vendedores, los mendigos y los millones de personas que estaban dando vueltas todo el día.

 Después de la primer semana desde que Gerardo se fue de la casa, era momento de que se llevara a los niños el fin de semana. Entró por ellos y su simple energía de “hombre poderoso” me aplastó. Cuando se fueron me sentí feliz y aliviada y agradecí nuevamente haber decidido divorciarme. ¡Qué feliz era sin él!

Llamé a Mónica para ver si quería venir a la casa a tomarse un café o salir a algún lado, ella me dijo que iba a ir al cine con Anuar y los niños. Se me olvidaba que mis amigas siguen casadas. Así que llamé a Griselda, ella nunca se había casado, seguro podía instruirme en mi nueva vida de soltera.  Fuimos por un café y entre la plática me convenció de salir a bailar con ella en la noche ¿Qué podía perder?

Fuimos a un lugar que ella afirmaba que era el que estaba más de moda. Cuando llegué, vi a Griselda y me sorprendió ¿Cómo se atrevía a vestirse así? Traía una blusa escotada de la espalda, sin sostén y con unos jeans tan pegados que parecían la piel misma. Bebimos unos tequilas, platicamos con muchos hombres y bailamos toda la noche. Fui una adolescente por primera vez.

Cuando nació Margarita supe que mi lugar en el mundo era detrás de ella, cuidándola. Que no había ser más hermoso en el mundo que esa chiquita que sostenía en mis brazos, que no existía ningún otro amor más grande o poderoso. Después nacieron Gerardito y Tomás y ese amor se multiplicó por tres.

 Todos los días jugábamos en el jardín. A mí no me importaba ensuciarme con tal de escuchar sus risas y verlos sonreír. Después comíamos los cuatro juntos y a veces, los sacaba con la nana y el chofer a ver una película en el cine o los llevaba a Coyoacán por un helado. Margarita siempre quería que le comprara un reguilete. Llegaba corriendo a la casa y lo plantaba en la maceta de la ventana, así los fue coleccionando.

En las noches llegaba Gerardo de trabajar y la cena tenía que estar lista y servida justo en ese momento. Yo me sentaba a su lado y le acariciaba el brazo mientras él comía y veía las noticias en el televisor.

Todo parecía perfecto, como un cuento.

 Un día me cansé de estar sola en la casa. Los niños se iban todo el día a la escuela y después el chofer se los llevaba a sus respectivas clases de ballet, pintura y fútbol. Gerardo no llegaba hasta la noche y yo me quedaba sin qué hacer en esa enorme casa, todo el día. Tuve que perderle el miedo a la ciudad. Le pedí al chofer que me la enseñara, él me llevó en el coche por cada barrio hasta que me los aprendí . Después le pedí que me enseñara a manejar y a tomar el transporte público para llegar al centro.

Faltaban algunos minutos para que llegaran mis hijos de ver a Gerardo. Saqué las galletas del horno y serví tres vasos de leche con chocolate. Nunca me había separado tanto tiempo de ellos. Entraron a la casa y Margarita se subió corriendo y se encerró en su cuarto sin saludar. Me le quedé viendo a Tomás y a Gerardito exigiendo una explicación, pero ellos no me miraban a los ojos. Subí al cuarto de Margarita e intenté hablar con ella, pero se escondió debajo de las sábanas negándose a responderme. Volví a bajar y los niños ya estaban comiéndose las galletas “¿qué tiene su hermana?” les pregunté exigente “está triste porque dice mi papá que lo corriste de la casa” contestó Tomás.

Sentí un golpe en el estómago. ¡¿Que lo corrí de la casa?! Seguro el cabrón no les dijo por qué.

 Uno jura amor por siempre, pero junto a ese juramento deberían haber ciertas cláusulas, porque la verdad es que el amor se muere, hay detalles que lo rompen lentamente y si no encuentras la forma de repararlo, el amor se muere cada día más, hasta convertirse en asco, odio y desprecio. Y entonces, si el amor no duró por siempre ¿Por qué el matrimonio habría de hacerlo?

 Estábamos jugando en el jardín cuando escuché el coche de Gerardo entrar a la casa. Me levanté del pasto y los niños y yo corrimos a recibirlo. Él abrazó y besó a cada uno de sus hijos y yo esperé mi turno para abalanzarme entre sus brazos, pero él me empujó “¡No me toques! Estás toda sucia” dijo con desprecio, alejándome de él. Se sacudió la ropa y sin mirarme le pidió a la muchacha su cena.

Le expliqué a mis hijos en todos los tonos que su papá y yo ya no nos queríamos, que nos peleábamos mucho y que para ser felices teníamos que estar separados. Que él iba a ser siempre su padre y yo su madre, y que para los dos, no había nada más importante que ellos y pasara lo que pasara siempre iba a ser así.

 Nos fuimos al pueblo por el cumpleaños de mi hermana, la más pequeña. Cuando llegamos a la casa de mis padres, mis hermanas corrieron a abrazarnos a mí y a los niños. Mi papá no se levantó de la mecedora y no apagó el televisor. Le di un abrazo que no fue correspondido y mi madre nos gritó a todas que la comida estaba servida, que nos sentáramos.

Cuando los niños se subieron a dormir empezó el tema incómodo “ya hermana, regresa con él, perdónalo, es un buen hombre” decían todas mis hermanas. Mi madre lloraba y me suplicaba que no me divorciara, que no estaba bien visto, que qué iba a decir Dios. Mi padre no me dirigió la palabra en todo el fin de semana.

 Entendí que no contaba con su apoyo. Que la peor vergüenza y deshonor para una mujer de pueblo como yo era fallar como esposa. ¿Y mi felicidad? ¿Por qué sacrificarla para mantener una imagen? Nunca me enseñaron que el matrimonio también podía ser un infierno, nunca me leyeron las letras pequeñas del contrato.

 Al regresar del pueblo tenía cita en el juzgado. Mi abogada y el abogado de Gerardo discutían levantando la voz. Gerardo no quería darme ni un peso y quería quitarme la custodia de los niños. Al salir del juzgado mi abogada me tranquilizó, me dijo que era cuestión de tiempo para que Gerardo accediera, que los niños iban a testificar y que era casi imposible que me los quitaran, que siempre le dan prioridad a la madre.

Llegué a la casa después de una tarde de compras con Mónica, Gerardo ya estaba ahí, se me había hecho tarde. Me estaba esperando disgustado en la cama. ”¿Dónde estabas?” Dijo, retorciendo el bigote “Fui con Moni a comprar unas cosas para los niños y se me hizo tarde”  “¿Por qué no te llevaste al chofer y desde cuándo sabes manejar?” me preguntó enojado, no entendía por que manejar era algo malo. Se levantó de la cama y se acercó a mí. Me tomó del pelo y jalándolo me dijo con los dientes apretados “Tú no sales de ésta casa sin que yo me entere, tienes prohibido salir sin el chofer y éstas no son horas de llegar” le quité la mano de mi pelo y lo empujé con mi poca fuerza “¿Quién eres tú para decir lo que tengo que hacer? ” dije entre llantos. Él me empujó en la cama, me rompió el vestido y mientras me violaba me dijo “tú eres mi esposa y haces lo que yo digo”. Ningún grito pudo detenerlo.

 Al siguiente fin de semana que Gerardo se llevó a los niños volví a salir con Griselda. Ésta vez estrené un vestido de esos que había visto en tantas revistas y que jamás imaginé ponerme. Esa noche me llevé un hombre a casa. No me importaba ni su nombre, ni sus condiciones, sólo quería sentir unas manos que no fueran las de Gerardo, sólo quería gozar como no había gozado en años.

Recibí una llamada de la abogada, por alguna extraña razón la custodia de mis hijos estaba en juego, algo había salido mal cuando ellos testificaron. Fui corriendo al despacho y la abogada me entregó una copia de la declaración de mis hijos, me recomendó que la leyera estando en casa y que me preparara. Habían dicho los tres que yo los golpeaba, que era una mala madre, que me la pasaba de fiesta, que nunca les preparaba el almuerzo, que nunca estaba en la casa y no sé cuantas mentiras más. Me partí en dos. ¿Cómo pudieron haber dicho eso de mi? Si les he dedicado mi vida entera. Gerardo los había manipulado.

El infierno se hacía cada vez más grande. Se rumoraba que Gerardo tenía a más mujeres y yo no podía más que desear que me dejara y se fuera con una de ellas. Todas las noches me ponía la más falsa de las sonrisas y lo acompañaba a cenar, se me retorcían hasta las tripas cuando lo veía. Lo único que me salvaba de la locura eran mis hijos. Margarita sacaba puro 10 en la escuela y su colección de reguiletes ahora había invadido las demás ventanas de la casa a pesar de que ya era una adolescente. A Tomás le había dado por contar chistes y nos tenía riendo a todos todo el día. “Ves amiga, tú piensa en tus hijos, así todo vale la pena” me decía Mónica cuando nos juntábamos a tomar café y yo me quejaba de mi infierno con Gerardo.

Mientras los niños iban a la escuela le pedí al chofer que me llevara a tomar un café a Coyoacán, era mi lugar favorito, me recordaba a mi pueblo. Me llevé un libro para no verme tan sola. Escuché a dos amigas que estaban sentadas en la mesa de junto, una de ellas se acababa de divorciar. “ay amiga, de verdad estoy tan tranquila sin los gritos de ese hombre. No sabes lo bien que se siente llegar a la casa y saber que él no va a estar ahí. Los niños están un poco tristones, pero estoy segura de que es algo pasajero” dijo con una sonrisa y pude notar la calma en su mirada. Ahí me entró el gusanito ¿Y si me divorcio? Comencé a pensar todos los días, cuando Gerardo se iba y yo me miraba en el espejo tratando de imaginar la vida sin él, cuando llegaba a la casa, cuando me cogía como masturbándose, cuando él dormía roncando como cerdo a mi lado mientras yo me aprisionaba en un insoportable insomnio.

  La primera vez que Gerardo me golpeó fui a la iglesia. Lloraba y le suplicaba a Dios que me diera una respuesta. El padre se acercó a mí y cuando le platiqué mi situación con Gerardo me dijo que el matrimonio era algo sagrado, que era un juramento de protegerse y amarse para toda la vida, pero que principalmente había que aceptarse. Me recomendó que hablara con Gerardo, que pusiera todo mi empeño en arreglar las cosas.

Y eso hice. Traté con todas mis fuerzas de agradarle de nuevo, de recuperar esa mirada con la que me veía cuando nos casamos, o cuando nació Margarita. Traté de verlo como ese hombre misterioso y atractivo que me robó de mi casa, traté de seguir todas sus reglas y de no disgustarlo. Más no lo logré. Él ya ni me miraba. Sólo me cogía cuando estaba caliente y se quedaba dormido al segundo, sin preocuparse por lo que yo sentía…. O no sentía.

Estaba lloviendo y yo salí al jardín. Quería que la lluvia me limpiara la desesperación, el odio, el vacío tan grande que sentía. Quería que me partiera un rayo y que la tierra me tragara. No quería vivir un día más así, no podía. Estallé en llantos y gritos y Gerardo salió a callarme con una bofetada. Ahí le dije que quería divorciarme.

 Al día siguiente el chofer tenía prohibido llevarme a cualquier sitio o dejarme salir de la casa, mis tarjetas estaban canceladas y no encontré llaves de la casa. estaba atrapada.

Le marqué a la abogada que me había recomendado Anuar, el esposo de Mónica y le platiqué mi situación. Ella me dijo que tenía que demostrar que Gerardo me maltrataba y que era millonario, que si no, debía de buscar un trabajo. Pero yo no sabía trabajar, no sabía hacer nada.

Así que aguanté. Un año completo me aguanté. Un año mordí la colcha para no estallar en llanto. Un año enterré mis uñas en las palmas de las manos para no matar a Gerardo. Un año soñé con mi libertad y un nuevo comienzo para mis hijos y para mí, donde los cuatro pudiéramos ser felices. Y me escabullí entre los papeles de su oficina, y lo miré con detenimiento, y guardé todos y cada uno de los papeles que necesitaba para divorciarme. Hasta que lo logré. Armé mi caso y cuando Gerardo menos se lo esperaba, ataqué. Segura de que éste era el cielo, convencida de que hasta Dios me apoyaba con esto.

 Nunca fue a un partido de futbol de Gerardito, ni a ningún recital de ballet de Margarita, ni volteó a ver las pinturas de Tomás que yo había colgado por toda la casa. Sólo llegaba y les gritaba que se callaran y se fueran a dormir, no quería escuchar ni sus vocecitas. Nunca los arropó o les leyó un cuento antes de dormir. No sé cómo lo pueden querer ¿Será acaso que se puede querer a alguien por instrucción, por simple jerarquía? Y ahora que nos vamos a divorciar, ahora sí le interesan sus hijos. Quiere quitármelos sólo para destruirme.

 Mandé a los niños a casa de Mónica a pasar la noche. Esperé a Gerardo en la sala, con la luz prendida. Él entró, y por más que se me retorcieron las tripas no pude borrar la sonrisa de mi cara. “¿Y ahora qué te traes?” le entregué la orden de desalojo y la petición del divorcio. Él estalló en carcajadas. “Lárgate o llamo a la policía” le dije con toda la ira que había albergado en mi cuerpo durante años “¿Eso es lo que quieres? ¿Crees que una pobre buena para nada como tú puede estar sola? Te vas a arrepentir, escúchame bien, te vas a arrepentir de esto” Me dijo y se salió de la casa.

 La abogada llevaba una semana sin devolverme las llamadas y yo tenía cita en el juzgado. Me presenté sin saber lo que pasaba. Cuando entré a la sala Gerardo me miró con una sonrisa satisfecha, se me erizó la piel. El juez dictó la conclusión del divorcio. La custodia de los tres niños había sido otorgada a Gerardo y a mí me habían dado una pensión de dos mil pesos al mes durante un periodo de medio año. Todo estaba perdido. Gerardo había comprado a mi abogada y ella no había presentado las pruebas.

No pude más que preguntarme un millón de cosas,  pero ninguna de las preguntas tenía respuesta. No sabía que pasaría con mis hijos. Si Gerardo era capaz de comprar a mi abogada y quitarme a los niños, probablemente no los volvería a ver. Sin dinero y sin poder me quedé sin herramientas para defenderme. Me había quitado lo único que era, madre de tres niños. Sin ellos no soy nada. Me pregunté también qué tanto era yo para ellos. Si fueron capaces, al igual que mi abogada, de dejarse comprar y testificar en mi contra. Tal vez podían prescindir de mí, tal vez hasta les iría mejor. Sin dinero no tengo nada que ofrecerles. Mi familia ya me había dado la espalda y la mayor parte de mis amigas eran esposas de los amigos de Gerardo. Esa persona que salió del pueblo, la que tenía mi nombre, acababa de morir. Esa mujer tan pequeña, agarrada del brazo de Gerardo, que en algún momento se sintió tan grande y fuerte como para querer soltarlo, se había muerto, toda yo, toda mi historia se había terminado. Por primera vez estaba sola. Sin pasado, sin presente, con un futuro incierto. Sin nadie en quién refugiarme o esconderme. había alcanzado lo que siempre deseé a escondidas, la libertad, sin saber el verdadero significado de ésta.

trascendencia

– ¿Y si salen positivos? –

Logró preguntar mi conciencia a pesar de mi intento constante de callarla. Sentí como el panorama se volvía negro. Se cerraron todos los caminos, no había más. ¿Qué seguiría? ¿Qué sería de mi vida?

Nunca he encontrado el verdadero sentido de la vida, supongo que después de filosofar, todos llegamos a la conclusión de que el fin último es trascender, pero.. ¿Qué es trascender? ¿Cuál es el real significado de trascendencia?

Trascender significa cruzar o rebasar algún tipo de límite. Pero si los límites no existen y son relativos e imaginarios, entonces cada quien tiene sus propios límites y el trayecto de la vida se convierte en el intento de cruzarlos. Me imagino que por eso, la mayoría de la gente, vincula la trascendencia con el ámbito profesional. Si trascender se resume a trazar tus propios límites, entonces todos trascenderíamos. Y si trascender dependiera de los límites establecidos por las demás personas, si tuviera una definición común, entonces nadie lo haría.

Tal vez el único límite real es la vida misma. Por eso Dios, por eso todas las religiones. Porque necesitamos creer que al cruzar el único límite real hay algo esperándonos, lo que le da dirección y sentido, lo que hace que todo el tiempo que pasamos vivos haya valido la pena. ¿Y si no hay Dios, habrá valido la pena?

No sé qué haría si resulto enferma. De por sí la vida es pesada, ahora tendría que recorrer el mundo con la etiqueta más pesada de todas, porque todos me etiquetarían, pero más importante aún YO me etiquetaría. Mi etiqueta sería más una jaula, en la que nadie puede entrar, nadie podría acercarse… una jaula que me alejaría del vínculo más importante que se puede establecer con otro ser. Sólo me quedaría esperar, deambular el mundo sintiendo como mi cuerpo se va haciendo cada vez más débil, convivir sin vincularme, esperar todos los días a que en cualquier momento ¡PUM! Todo se acabe, y no, no estoy dispuesta. A vivir cada día pensando que tal vez es el último, a esperar que el cuerpo deje de funcionar y convertirme en una carga para alguien.

La muerte es algo que todos tenemos presente y no. Sabemos que vamos a morir, mas al no saber la fecha exacta, asumimos que va a llegar después, cuando tengamos algo concreto, cuando hayamos recorrido un largo camino, cuando nos alcance la vejez. ¿Y si no? Deberíamos tener presente la posibilidad de que la muerte nos alcance antes. ¿Qué cambiaría? Por lo general no vivimos esperando morir. Tal vez debiéramos encontrar etapas de trascendencia, para poder trascender de alguna forma si morimos jóvenes, tal vez no debiéramos de hacer tantos planes, porque los planes posponen cosas, los planes dan por hecho que aun queda tiempo, los planes generan más planes y descartan muchos más, nos privamos de la vida, del día a día, por andar haciendo planes. Y generalmente los planes van dirigidos a cierta trascendencia. Planeamos trabajar 20 horas al día hasta lograr ser millonarios, planeamos casarnos y tener una familia, planeamos ser famosos, planeamos recorrer el mundo, escribir un libro, yo qué sé. ¿Y si lo lográramos? ¿Qué seguiría? ¿Qué trascendencia tienen en verdad estos planes? ¿eso es trascender?

No sé si estoy ciega y en verdad no puedo verlo, pero ésta “trascendencia”, éste “éxito” que la gente encuentra me parece vano.

He llegado al punto en el que me parece molesto hablar de la “relatividad”. Sí, todo es relativo. Es fácil escoger no ver, escoger llenarse, escoger creer. Pero mi mente está demasiado dañada, no creo que haya vuelta atrás. Ni siquiera puedo generar un nuevo plan ahora que todo me parece intrascendente.

Tal vez sería más trascendente estar enferma. Así al menos estaría fuera del estándar, así cualquier cosa que lograra sería un éxito por el simple hecho de lograrlo mientras estoy enferma. Tal vez, lejos de una jaula, es la mas grande libertad. Porque sabría que me voy a morir pronto, no tendría que hacer planes a largo plazo y podría simplemente dedicarme a lo que quisiera, no tendría que formar una familia y avergonzarme cuando me de cuenta de que no es feliz, no tendría que pertenecer a la sociedad, ni convivir, ni competir con todos los que buscan “trascender”. Tal vez debería suicidarme.

Una acción vale más que mil palabras. Cualquier cosa que pudiera decir, pensar y escribir valdría madres con el tiempo. Suicidarme sería la mejor protesta. Sí, sería decirle a las personas que me rodean que no son motivo suficiente. Sería descartar todas las posibilidades porque me parecen intrascendentes. Sería decir que cualquier futuro no es mejor a ningún futuro. El suicidio no es más que cansarte de la búsqueda, asquearte de el modo en que hay que vivir. Es no querer luchar por implementar lo que quieres o lo que crees, es no querer nada.

Si me suicidara tendría que hablar con mis padres, explicarles que, a pesar de todo su trabajo y dedicación, la vida no me parece suficiente. Explicarles que simplemente me rehuso a terminar como cualquiera de ellos, o como mis abuelos, o como los maestros, vecinos y amigos. Que sus vidas me repugnan. Que me parece que son más las molestias que las ganancias en cualquier posible camino que pudiera tomar. Que es mi vida y por ende soy libre de decidir si quiero terminar con ella. Y que no hay nada que puedan hacer al respecto.

Y si me suicido, ¿a dónde voy a llegar? me pregunto si Dios estará ahí para juzgarme, tal vez me pida perdón. Definitivamente no merecía esto, no merecía estar enferma. Tal vez me lleven al infierno por atreverme a tomar el límite de la vida en mis manos. Tal vez muera y me tope con un gran y enorme vacío, con nada, sin dioses ni paraísos, sin infierno.

Tal vez el único paraíso es la muerte. La libertad de romper con los grilletes, con la sociedad, con las etiquetas y las expectativas que vienen con la vida misma. Romper con todo.

– García Sandoval Ana – dijo la enfermera sosteniendo un sobre en sus manos

¿Y si no estoy enferma, qué cambia?