Entropía

– ¿En qué piensas? – me dijo.

 

***

Cómo explicarle que la última media hora mi mente estuvo vagando entre Álvaro y los principios de la termodinámica, que mi pelo revuelto es sólo un reflejo de las marañas en mi mente y que a veces necesito abstraerme para ordenarme, para intentar entenderme.

Todo el debraye empezó hace algunos meses. Desperté un día de vuelta en mi casa, sumergida en una terrible involución en la cual pareciera que los últimos dos años de mi vida no pasaron, no valieron para nada. Mi vida regresó a lo que era antes; La misma gente, las mismas actividades, la misma ciudad, la misma casa y el mismo sentimiento de intrascendencia.

Y la pregunta ¿De qué sirvió? Me atormentaba. Empujar mis pies por un par de continentes, llenar mis suelas con la arena de cinco mares, despertar en tantas ciudades y dibujar un camino al que le aposté mi vida entera. Todo para que Álvaro se fuera y yo terminara en el punto inicial, como si no hubiera pasado nada.

Sin embargo, me sentía distinta, mucho más cansada. Y fue así como empecé a relacionar lo nuestro con la entropía, intentando aterrizar los pensamientos de Clausius junto con mis propios tormentos.

Es como la máquina de vapor, la cual parecía ser perfecta. Se suministraba calor, el agua se evaporaba, movía los pistones y volvía a condensarse para empezar el proceso de nuevo. Parecía eterno. Sin embargo, parte de la energía se perdía con el calor irradiado de la propia máquina. El sistema no era exacto, algo se escapaba, destinándolo a un inminente final.

Supongo que algo así pasó conmigo. Soñé y me calenté con un millón de ideas y planes, todo para volverme a condensar y acabar en el mismo punto de inicio. Y esa energía que se perdió, no es nada más que un mero aprendizaje en forma de joules. Que ahora he aprendido a ver las cosas de distinta manera, que cargo un par de cicatrices nuevas y que mis ojos se han abierto aún más.

 

Después de que en el mundo de la física se entendiera que nada es infinito, Boltzmann asoció la entropía con el grado de desorden de un sistema, haciendo ver que todo proceso en el universo tiende al desorden. Curiosamente ese es el orden natural, todo tiende al caos.

Eso me hizo pensar en cuando vivía con Álvaro, en esos días que llegaba de trabajar y al entrar al condominio en coche, deseaba con todas mis fuerzas pisar el acelerador a tope y estrellarme con el muro de piedra. Sin embargo, siempre concluí por girar a la derecha y estacionarme. Todo para llegar a una casa en la que cada vez habitaba más el caos, en la que cada vez era más cansado existir, en la que cada vez había más peleas y menos energía para arreglarlas. En una realidad en la que mi cuerpo cada vez tenía más sueño y mi mente estaba cada vez más aturdida intentando negar tantos problemas.

Así como los científicos se aferraron a que la máquina de vapor era un sistema perfecto, yo me aferré a que Álvaro y yo fuéramos eternos. Y cuando llegó el final me costó entender que era algo natural, que no fuimos nada especial, fuimos sólo un sistema más que naturalmente tendió al caos hasta destruirse.

Sin embargo, duele. Duele que se haya perdido la constancia de dicho experimento, porque por alguna razón no logro encontrar los recuerdos de los días que compartí a su lado, y cuando veo nuestras fotos se sienten como postales. Sólo veo en ellas a un par de desconocidos, enamorados, con los que no logro empatizar. No lo reconozco a él y no me reconozco como esa chica de pelo corto, que con toda su fuerza intentó ordenar el caos de un sistema que no tenía ni la menor oportunidad de salvarse.

 

Y es ahí cuando entra la metáfora de la pasta de dientes. Puedes sacar la pasta del tubo, sin el menor esfuerzo; Pero por más que trates no puedes volverla a meter sin un cambio de entropía, y es por eso que no puedo ver las cosas, ni sentirme como lo hacía antes.

Álvaro me dio la razón en lo único que no quería tenerla, me demostró a capa y espada que no es más que un cobarde y ahora por más que trate no puedo ver al hombre de las fotos como lo hacía antes. Se fue, poniendo un mar de por medio y quemando los puentes; Dejándome con las maletas hechas y el corazón en la mano. Y aunque trate, no puedo imaginar un camino de vuelta, todo lo que había apostado ya no está sobre la mesa, el concepto que tenía de él se perdió y ahora ese sueño se siente lejano. La pasta se salió del tubo y dicho acontecimiento es irreversible.

***

 

Interrumpiendo mi enmarañado silencio, me besó. Y las moléculas de mi cuerpo se sacudieron hasta evaporar mi sangre. Fue entonces cuando comprendí que la involución había llegado a su fin. Que después del primer beso, irreversiblemente se había desatado una entropía, que ahora que él forma parte de mi universo, que tengo su ADN bajo las uñas y sus ojos tatuados en la cabeza, estoy inmersa en un nuevo sistema el cual tenderá al caos y más temprano que tarde acabará por destruirse….

Fuego.

«En el descuido de un segundo, está contenida entera una catástrofe» – Antonio Muñoz 

 

Bastó un segundo, para que tus labios se abrieran rumbo hacia mi cuello generando una descarga eléctrica. Para que tus ojos se toparan con los míos y tus manos me conocieran por vez primera. El momento en que dos universos colapsaron, en el que tu vida y la mía se encontraron en un beso. Ese instante preciso en el que una chispa encendió una llama.

 

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“Piromanía: trastorno del control de los impulsos, que produce un gran interés por el fuego, cómo producirlo, observarlo y extinguirlo.”

Quizás fueron aquellas conversaciones en las que nuestras ideologías chocaron. Dos mundos distintos que se debatían a través de la palabra. Caminando juntos en el malecón de noche, cuando el brillo de la luna se reflejaba en el mar, sin embargo, tu mirada brillaba con más fuerza. Habías encontrado algo nuevo y te llenaba de curiosidad; una inmigrante con corazón de gitana y poca fe, que gastaba sus días de soledad cuestionando al mundo, abandonando dogmas y paradigmas. Un alma opacada de tanta realidad, una mente que no cesaba y se disputaba con su propio corazón lleno de fuego, con un hambre de vivir y ver, de seguir cayendo y aprendiendo.

–   ¿Sabes? En clase estamos viendo temas de simulación. Tal vez te sorprenda,          pero a veces me encuentro simulando una vida contigo, imaginándome cómo        sería, las cosas que haríamos –

Dijiste en una de esas noches de canutos y pláticas de madrugada en un sillón naranja. Sin entender que simular es merodear entre mundos paralelos como si tuviésemos poder sobre ellos, como si fuese posible saltar de uno en otro y sumergirnos en una nueva realidad, como si pudiésemos con exactitud predecirla y escogerla. Sin embargo, simular también sirve para tomar decisiones, para ver con perspectiva el punto en el que uno se encuentra y valorar el entorno, encontrar en él las cosas buenas y las carencias y entonces generar una apuesta, bifurcar el camino en el que se está, escoger y crear otro universo, dejando el paralelo atrás.

 

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–  Me da igual. Quiero estar contigo todo el tiempo que sea posible  – .

Dijiste en mi portal. Tratando de detener un final que parecía inminente. Y entonces empezó, escogiste el fuego. Se abrió un universo nuevo y nos tomamos de las manos; unas manos cargadas de fe, de ansiedad, de esperanza y deseo. Y en mi cama, entre sábanas blancas, convertimos la llama en fogata.

Y te enamoraste de mí, de mi temperatura que siempre está elevada y la manera en que en pleno invierno lleno de calor la cama, de la forma en que mis manos recorrieron tu cuerpo como queriendo fundirlo con el mío, de mi insaciable hambre de comerte sólo a ti; de la manera en que río hasta de la historia más trágica, de los días en los que pareciera que no me puedo estar quieta y quiero comerme al mundo de un bocado, y de esos otros en los que me inunda la calma y puedo dormir hasta trece horas seguidas sin importar lo que el sol dicte.

Te enamoraste de mí, de mis ideas insensatas y mi corazón constantemente roto, de mi pesimismo, mi melancolía y la contradictoria esperanza que encontraste en el brillo de mis ojos. De mi manera de escucharte y de mis conclusiones que sacudieron tu mundo. De las promesas que el fuego y su luz usan para atrapar al pirómano, como si fuera magia.

 

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  “Fuego:  conjunto de partículas incandescentes de materia combustible, capaces de emitir calor y luz visible, producto de una reacción química de oxidación violenta.”

Pero tenías que saber, que el fuego es traicionero. Que llega un punto en que empiezas a depender de él, que si te alejas demasiado te da frío, te sumerge la oscuridad y tus pupilas lo necesitan para ver. Tenías que saber también, que el fuego cambia con su entorno, que si llueve se apaga y si hay demasiado viento crece y se descontrola, que en cualquier instante éste explota, destruyendo todo lo que está a su alcance.

Llamamos “amor” a todo aquel tiempo que estuvimos en guerra y poco a poco perdimos el control de la fogata. Hubo días en los que ésta seguía ardiendo, tranquila y placentera, en los que tú y yo nos abrazábamos, reíamos y jugábamos; en los que mis manos se paseaban por tu espalda y no podía parar de besarte, en los que nos comunicábamos sólo con la mirada y todo parecía suficiente. Días en los que florecía un nuevo sueño, como promesa de más chispa y en los que se emprendía una aventura más de las tantas que fuimos coleccionando.

Sin embargo, hubo días también en los que la rutina hacía que la fogata perdiera su fuerza, desgastada de las mismas discusiones, sin ganas ya de argumentar nada. Cansada de los días tan iguales, de la falta de empatía, donde las promesas perdían veracidad y el reflejo del espejo se quedaba en silencio. Días vacíos.

Y hubo un factor, que ambos desconocíamos. Que tus demonios eran enemigos de los míos y que mi ego y tu soberbia jamás aceptarían empatar. Que nuestras costumbres tan distintas no encontrarían mestizaje y que, aunque hablásemos el mismo idioma no nos podríamos comunicar.

Que no importaron, todas aquellas horas en las que intentamos llegar a un acuerdo, que por más que levanté la voz, no lograste escucharme y por más que llenaste el silencio de palabras no te aprendiste a expresar. La impotencia se apoderó de nuestras ganas, cargando los pensamientos de miedos y dudas, añadiendo a la rutina rencor y reproches.

 

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“Explosión: Ruptura violenta de un cuerpo por la acción de un explosivo o por el exceso de presión interior, provocando un fuerte estruendo.”

Hasta que explotó, todo explotó. Ese fuego del que te enamoraste, se mezcló con la pólvora de tu mirada y la gasolina de tus palabras, ese fuego que se reprimía en mis adentros, el que intenté controlar se apoderó de mí. Y por un instante fui más fuego que alma y éstas manos que antes hablaban sólo de amor, se cargaron de ira y reaccionaron queriendo destruirte, queriendo acabar con todo.

Nuestra casa ardió como las millones de fogatas de la noche de San Xoan y al día siguiente todo estaba en ruinas, todas aquellas promesas de verano se habían convertido en cenizas. Ya no se sentía el calor.

Lo intentamos, aferrarnos a lo poco que quedaba, viviendo del recuerdo del fuego que antes ardía. Pero mi fuego tenía miedo, había conseguido niveles que antes le parecían inalcanzables, conoció su verdadero poder, su verdadera fuerza y se atrapó en sí mismo y en su culpa inexorable. Y tú ahora cargabas con cicatrices de eso que antes te había enamorado, la llama ya no te atraía ni te hacía sentir seguro, sabiendo que podía ser incontrolable.

El fuego no arde de la misma manera dos veces, después de ser incendio forestal no puede regresar a ser sólo una llama que ilumina. Y los estragos del incendio se pierden con el viento… desaparecen.

 

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“Todo tiene derecho a la belleza” – Efraín Huerta.

Sin embargo, fuego soy y fuego fui y existe cierta belleza en el desastre. Que hay vidas que pasan enteras sin lograr encenderse, escondiéndose entre escusas y pretextos; pies que nunca se despegan del suelo y pasados sin importancia. Que hay amores opacos sin siquiera una chispa de lo que tú y yo fuimos.

Yo prefiero ser fuego y arder. Convertirme en cenizas y volverme a encender, vivir rápido, renacer tras mis errores, apostarlo todo sin pensarlo demasiado. Aprender a caminar con los puñales que la vida me entierra en la espalda, no dejar que nada me detenga, amar cada una de mis cicatrices y sus historias. Que vida sólo hay una y yo, no me quedo con las ganas. Me enfrento a ella con la fuerza de las olas de febrero y aunque me equivoque mil veces … no me arrepiento de nada.

A SU LADO

 

Se fue un día y sin ella la casa se sentía completamente vacía. Faltaba su estridente risa rebotando en las paredes, faltaban su perfume y los colores empalagosos de sus prendas. La casa se volvió un silencio insoportable sin el escándalo del abrir y cerrar de puertas que ocasionaba al dar vueltas tratando de encontrar un no se qué y sin el golpeteo de sus horrendos y estrafalarios zapatos paseando alterados por la habitación.  Faltaba ella.

Desde su ausencia no he dejado de preguntarme lo que podría haber sentido por mí. Si todas esas noches que pasamos juntos significaron algo, no entiendo cómo pudo haberme dejado así.

Desde que la conozco no ha sido más que una lluvia de emociones. Todas las noches llegaba diferente. A veces, estaba tan estresada que ni volteaba a verme. Entraba al cuarto, encendía la computadora, el radio y la televisión y se ponía a trabajar hasta altas horas en la madrugada. Otras veces llegaba contenta, deslumbrante, platicándome su día se ponía a cocinar algo rico para los dos. Pero mis veces favoritas eran cuando llegaba triste. Se acurrucaba junto a mí en la cama demandando por completo mi atención, exigiendo cariño y mimos y yo feliz se los daba. Desde el día uno fui su prisionero.

Carolina era tan inesperada, tan rara, tan fuera de este mundo que me mantenía entretenido, y puedo jurar que jamás me hubiera aburrido de ella, ni de los colores estridentes de su ropa, ni de su pelo fuera de control. Sus ideas locas convertían cada día en una aventura.

Sin embargo, ninguna forma de perfección es eterna. No puedo explicarlo, pero lo supe. Supe perfectamente el día que lo conoció. Llegó a la casa más tarde de lo normal, su perfume estaba contaminado por una fragancia desconocida y su atención estaba en otro lado. Me tomó de la cabeza y me dio un beso sin mirarme, sin sentirlo y se puso a hacer sus cosas sin siquiera preguntarme nada.

Después de ese día todo cambió, llegaba del trabajo y se acostaba en la cama a hablar por teléfono, le importaba poco si me acercaba a ella o no. Poco a poco fue llegando cada vez más tarde, hasta que hubo noches en las que ni siquiera llegó. Me rompía el corazón, pero ella no parecía darse cuenta.

Yo traté con todas mis ganas de reactivarnos, de volver a lo que teníamos, de captar su atención. Pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Ella pasaba de mí. Ya no me cocinaba, ya no se acurrucaba junto a mí en la cama, dejé de importarle, ya sólo tenía mente para él.

Terminé por aceptarlo, no me quedaba de otra. Ella estaba tan feliz que tuve que olvidarme de mi egoísmo y dejarla ser, dejarla estar con él, dejar que se olvidara de mí. Me dediqué a contemplarla. Mientras hablaba con él se le iluminaba la cara, cuando se arreglaba para salir a verlo, sus nervios tensaban el ambiente de toda la casa, sonreía de oreja a oreja y se la pasaba cantando y dando vueltas por ahí, verdaderamente era feliz y todo se debía a él.

Un día de los que sabía que ella estaba con él, de esos que se arreglaba demasiado dándome a entender que no iba a volver, no me quedó de otra más que dormirme temprano. A media madrugada me despertó un azotón de puertas seguido por un grito que se convirtió en gemidos. Alarmado corrí hacia la entrada y la encontré tirada en el piso, abrazando sus piernas y sollozando, destrozada.

Me acerqué a ella y le lamí la cara, tratando de consolarla. Ese hijo de puta le había roto el corazón. Yo tenía ganas de matarlo, de arrancarle la cara.

Carolina pasó el resto de la semana metida en la cama, sin salir, sin abrir las cortinas, sin poner música, sin dejar de llorar. No sabía ni que hacer, daba vueltas por el cuarto tratando de distraerla, le propuse un millón de ideas, pero ella sólo me miraba y volvía a llorar. Así que me acurrucaba junto a ella, tratando de que depositara un poco de ese dolor en mí, tratando de aliviarla.

Al pasar diez días se levantó, se metió a bañar y al salir se quedó mirándose en el espejo bastante tiempo, sin sonreír, sin emitir ningún gesto. Luego se levantó y en un ataque de rabia arrancó todas las fotos de las paredes, abrió el closet y saco toda la ropa, aventándola al suelo, desesperada. Se puso un vestido negro, se pintó los labios de rojo intenso y se fue.

Esa noche, al volver, se acostó junto a mí en la cama, demandándome mimos y atención ¿sería que todo volvería a ser como antes? Me tomó entre sus brazos y me dijo al oído “ojalá los hombres pudieran ser como tú”. Pasamos la noche juntos, acurrucados, como antes de que conociera a ese cabrón.

A primera hora en la mañana, nos despertaron unas sirenas. Carolina se levantó temblando, podía notar sus ganas de llorar, pero las estaba conteniendo. Se miró unos instantes en el espejo y caminó hacia la puerta, había alguien del otro lado tocando el timbre con desesperación, el ruido de las sirenas seguía.  Antes de abrir se agachó, me abrazó y me dio un beso. Salió cerrando la puerta y poco a poco las sirenas se fueron desvaneciendo hasta dejar de sonar. Ella no regresó.

A veces escucho las sirenas y me emociono pensando que será ella, a veces alguna que otra brisa me recuerda su olor. Desde que se fue no valgo nada, sólo pienso en ella, me lamento y espero el día en que podamos estar juntos, sólo deseo volver a estar a su lado.

insight

Ana ha tenido tantos hombres como pares de zapatos. Los encuentra, los usa hasta que le parecen incómodos y los bota, los cambia, decepcionada. Siempre espera más, siempre está buscando el zapato perfecto.

Cuando salimos siempre está atenta, buscando a ese, que la va a volver loca, que va a hacer que su cuerpo estalle de tanta adrenalina, que va a inundar cada célula, cada espacio, a ese que le va a romper cada fibra, cada rincón. Nunca pierde la esperanza.

Pero los sentimientos nunca son como los imaginamos, ni llegan en la forma que teníamos contemplada. A veces, ni nos damos cuenta que están ahí.

Creo que fue el otro día cuando se dio cuenta. Estábamos platicando, como tantas veces, y se le escapó. Un término conocido por los psicólogos como “insight”. Después de decirlo fue cuando supo, cuando ambos nos dimos cuenta. Ella está enamorada de mí. Y ésta forma de amor es contraria a lo que ella esperaba, pero lo sé, lo noto, la llena de calma, le permite sacar cada una de sus facetas, cada una de sus caras. No le da prisa, ni la llena de expectativas, ni ilusiones, ni esperanza. Ésta forma de amor crece sola, sin prisa. No tiene misterios, no la llena de incertidumbre, no cambia. Sólo es. Así como ella es, y yo soy.

En cuanto lo entendió cambió su mirada. Se calmó, como las llamas de una fogata, ardientes pero tranquilas. Cambió también el matiz de su sonrisa, como si guardara un secreto, un secreto que sólo nos pertenece a los dos. Y nos besamos, como tantas veces. Pero todo era distinto, no cambió lo que teníamos, cambió el significado.