Nostalgia.

Soy

una mezcla heterogénea

de fragmentos del pasado,

de todo lo que algún día fui.

 

De aquello que quise,

que soñé, y que se acumula

en medio de tantos fracasos;

Entre todo lo que hoy

carece de significado.

 

Poco a poco me transformo

en éste cuerpo inerte,

asfixiado

por tu recuerdo frío

que me acecha y al alcanzarme

me abre.

 

Que a punta del silencio

me ha hecho comprender

que nunca existió el destino

y ganas no quedan

de inventar un porvenir.

 

Las olas del olvido arrastran mis pies

hasta doblegarme

y finalmente sumergirme

en la nostalgia

de una vida que no volverá a ser.

A Ella…

A ella,

que tuvo que dejar su cara de niña

atrás y convertirse en soldado

para protegerme.

 

A ella,

que ocultó sus lágrimas y sus tristezas

para sonreír a mi lado, para enseñarme

que aún hay cosas buenas-

 

A ella, que siempre está detrás

empujándome a que siga creyendo

a que siga soñando, a la que no deja

que el miedo me venza.

 

A la que sin conocerme ya me quería,

ya me había soñado;

Quien dejó su vida a un lado

por hacer grande la mía.

 

Hoy celebro el goce,

la suerte y la fortuna

de tenerla siempre cerca

a ella…

…a mi mamá.

Luz Cálida.

El tiempo se espesa

mientras duermes a mi lado,

la luz cálida del atardecer

nos acaricia, pintándonos de naranja.

 

En silencio sonríe mi alma,

mis dedos se pierden por tu pelo,

nada puede perturbarme;

Éste crepúsculo, retrato de cielo.

 

“Que nos dure mucho tiempo” …

Imploro, sujetándote con fuerza.

El sentir que somos afortunados

por habernos encontrado.

 

“Que nos dure mucho tiempo” …

La sorpresa, la suficiencia de querernos,

la sonrisa calma, genuina

las ganas de besos más largos.

 

Y si un final se acerca

queriendo arrebatarnos el momento

dile que no tengo ganas, que no estoy lista,

para que la noche llegue…

 

 

El Vacío

Me pediste tiempo,

dijiste que volverías.

Y tantas veces amenazaste con regresar

sin regresar del todo.

 

Y te esperé,

detenida en el crudo invierno,

repleta de dudas y tantas palabras,

que no dije, que no escuché;

 

Ahogándome en la lluvia de enero,

intentando detener el tiempo.

Pero éste, siempre sigue

sin empatía alguna.

 

Y pasó, como todo pasa,

Tuve que aprender a despertar

sin sentir un hueco en la cama,

a entender que hay veces

que es mejor dormir en soledad.

 

Mis ojos se abrieron, y el mundo

seguía de colores, seguía igual.

Y me encontré riendo,

desempolvando antiguos sueños,

caminando hacia ellos.

 

Pasó más y más tiempo,

y me descubrí bailando

melodías alegres en mi cabeza,

cantando sin vergüenza,

escribiendo sin miedo.

 

En medio del discurso mudo de tu ausencia,

conversé conmigo misma

volví a escucharme, a entenderme

y recordé cuánto disfruto

del silencio y la soledad.

 

Me miré en el espejo, viejo cómplice,

me vi guapa, sonriendo, feliz.

Y fue ahí que lo entendí,

no importaba si volvías, ya no te esperaba.

 

El vacío que dejaste…

…Lo llené de mí.

Domingo.

Un día sin ti, conviviendo con tu recuerdo.

Con esa parte que quedó de ti en mí,

y que encuentro:

 

En la marca de tus dientes, aun fresca,

escondida en mi cuello.

En la reminiscencia de tu aroma,

que cobija, sobre mi piel.

En los nudos de mi pelo,

que traicioneros, delatan lo bailado ayer.

 

En mi entrecejo

tu mirada grabada,

ese par de ojos cristalinos

que inundan si me ven.

Y tras la retina quedaron selladas

las luces de neón, cambiando de color

tu piel desnuda reflejándolas.

 

La estela aún presente

del trayecto de tus manos.

Remembranza de imágenes

que evocan sensaciones,

de lo que ayer fue incendio carnal

y que hoy,

acoge mi cuerpo como agua tibia.

 

Hoy domingo no te extraño,

Pues, te traigo puesto todavía.

 

Maldigo(te)

En mi mente se han perdido ya

los estragos de tu recuerdo.

He olvidado tus ojos, tus manos, tu cuerpo

y no encuentro la razón del amor que por ti sentí.

 

Sólo quedan los estragos del incendio,

éste bosque muerto, hecho cenizas.

El dolor de tu traición, la ira,

un montón de huesos y sueños rotos.

 

No soy omnipotente, omnipresente,

no fui suficiente para arreglarte;

Sin embargo, mi existencia y ésta furia

son tan grandes que cruzan mares para torturarte.

 

Intenta negarlo,

que es mi recuerdo el que te escuece,

que el deseo de mí es lo que en tu soledad efervesce,

que escondido en tu inmensa cobardía

aún sigues mis huellas, que en tu mente sigo viva

y de mí no puedes deshacerte.

 

Y te maldigo.

Para que cuando ella te diga que te ama

la culpa exprima tus entrañas y recuerdes,

que me tuviste, me maltrataste, me dejaste

y como gusano, temeroso,

preferiste esconderte entre sus piernas

antes que enmendar el daño

 

Te maldigo.

Para que cuando te mire, y veas cuánto te quiere

sólo puedas ver mis ojos en los suyos.

Que su piel te raspe y no encuentres consuelo ni abrigo,

que ardan tus manos y no vuelvas a sentir calor.

Que al acercarte al orgasmo, escuches mis jadeos

y jamás vuelvas a probar el cielo.

 

Te maldigo.

Para que la culpa de tu traición te asfixie,

que te ciegue y te nuble en los días de sol.

Que mi esencia viva plasmada en tu sombra

y que sea la misma culpa, la que en los días fríos

cale tus huesos y enloquezcas de dolor.

 

Que si en la ausencia te maldigo,

no es que te extrañe, o te desee mio.

Es para proteger a aquellas que aún son libres.

Que ninguna mujer en ésta tierra,

por más malvada y gamberra,

merece el suplicio, la tortura, la mala fortuna,

la desgracia, la desdicha, el sacrilegio…

…de llamarse tuya.

 

 

Electra

Cuando corro te imagino detrás de mí
y mis pies aceleran desesperados
intentando huirte, huir de mí.
Pero en cada camino que escojo te encuentro
vislumbro tu silueta entre la niebla
y entonces lo incendio todo y doy la media vuelta.

No hay heridas como la primera.
Como esa que decepcionó tornando la esperanza incierta,
que de un zarpazo abrió los párpados
dejando los ojos abiertos, desprotegidos, desnudos.

Me lastimaste tanto que de las heridas brotaron espinas
ahora es mi piel la que hace daño.
Y esas cicatrices me han (de)formado;
Jamás seré quien era antes de la tormenta,
de ese diluvio de lágrimas provocado
por ti, que fuiste todo.

Que querer convertirte en nada, de nada sirve.
Estás tan dentro de mí
que el resto son sólo redundancias temerosas;
Porque miedo es lo que soy, es en lo que me convertí
después de amarte y entregarte mi confianza.

Y no puedo más que huir de ti,
para descubrirte durmiendo a mi lado en la cama,
revivir ese daño en cuantos ojos me pierdan,
y esconderme en tu sombra cada vez
que el sol me encuentra e intenta calentarme.

Hay días en los que amanezco fuego,
en los que soy fuerza, fulgor y furia;
Me libero de ti, de tu cárcel y emprendo
borrando mis huellas
apurando mis pies en búsqueda del edén.

Luego llueve y recuerdo que soy sólo una gota
que atrapada cae al infinito
incapaz de detener la inercia
cuyo único destino es caer y seguir cayendo
hasta tocar el suelo y reventarse.

¿Cómo poder escapar de ti?
Si eres todo lo que conozco, lo que amo.
Si la primera vez que abrí los ojos fue a ti a quien vi
y ahora sé que vives ahí, en mi inconsciente

En mis pesadillas, en el filo de la ansiedad que escuece,
en las raíces que me aferran a la tierra,
en el susurrar del viento que eriza mi piel
y en ésta herida que por más que quiere cerrar
Vuelve a abrirse, y te sangra

Abro los ojos y te encuentro de nuevo;
Ésta vez en el reflejo del espejo que grita.
Y entonces lo entiendo,
la vida es un instante y yo la he desperdiciado
imaginando que la voluntad existe, mas
¿quién soy yo, para querer sentirme libre,
para creer que puedo tomar las riendas desafiando al origen
para rebelarme ante la natural fortuna
de convertirte en eso que odias y juraste olvidar?

Las Huellas

Despertar con la alarma y sin tus besos:

Otro obligado comienzo

adornando el café con leche

como queriendo atenuar el sabor de tu recuerdo.

 

El momento en el que me riñe el calendario

reprochando un día más que pasa,

señalando que el “mañana” no llegó

y que el “ayer” no regresará, nunca.

 

Millares de risas distraídas,

pies quietos, como soldados al suelo

un par de piedras más en la mochila

y al fondo del cajón, las bragas que dejaste.

 

Un cementerio de sueños

conjugados en pretérito imperfecto

un vacío que escuece

y ésta cicatriz que dejó de doler.

 

Los recuerdos que se esfuman

como vapor por la rendija

y la certidumbre de tu existencia

convirtiéndose en anonimato.

 

El arrepentimiento de la decisión no tomada,

la ansiedad del que no espera nada;

Trozos de culpas y en mis manos

las huellas de todo lo que dejé ir.

Te Quiero

Dijiste “te quiero” y en dos me partiste.

Una parte de mí ansía huirte

pensando que tus palabras perfectas

no son más que estrategias

 

Y desconfiada te observo, intentando leerte

manteniéndome fría, precavida y lejana.

Sin embargo, en tu piel solo encuentro

destellos cálidos que entibian mi sangre

 

Y cierro los ojos, aferrándome a tu cuerpo

mientras temerosa, detengo los versos

que florecen, e intento opacar la ilusión

con las huellas lodosas de pasadas experiencias.

 

Dijiste “te quiero” y en dos me partiste;

Dejando a mi alma por completo desnuda,

despojándome de cualquier armadura,

encontrando lo que tras el silencio guardaba:

 

Que te quiero de regreso.

Que me encuentro caminando en una cuerda floja,

donde tus manos son lo único que me detiene, suavemente

de caerme al barranco, y ese barranco eres tú.

 

Que todo se resume al instante en que me miras

y me dejo caer hacia ti, convirtiéndote en el único destino.

Que entre tus brazos me siento más vulnerable que nunca

y aparece una insoportable angustia entre cada beso

 

Dijiste “te quiero” y se rompió la línea temporal.

Nos quedamos solos piel a piel, Pensamiento a pensamiento.

Fijando una apuesta, inventando un nuevo camino

a recorrer, sin certezas ni dudas,

juntos.

A SU LADO

 

Se fue un día y sin ella la casa se sentía completamente vacía. Faltaba su estridente risa rebotando en las paredes, faltaban su perfume y los colores empalagosos de sus prendas. La casa se volvió un silencio insoportable sin el escándalo del abrir y cerrar de puertas que ocasionaba al dar vueltas tratando de encontrar un no se qué y sin el golpeteo de sus horrendos y estrafalarios zapatos paseando alterados por la habitación.  Faltaba ella.

Desde su ausencia no he dejado de preguntarme lo que podría haber sentido por mí. Si todas esas noches que pasamos juntos significaron algo, no entiendo cómo pudo haberme dejado así.

Desde que la conozco no ha sido más que una lluvia de emociones. Todas las noches llegaba diferente. A veces, estaba tan estresada que ni volteaba a verme. Entraba al cuarto, encendía la computadora, el radio y la televisión y se ponía a trabajar hasta altas horas en la madrugada. Otras veces llegaba contenta, deslumbrante, platicándome su día se ponía a cocinar algo rico para los dos. Pero mis veces favoritas eran cuando llegaba triste. Se acurrucaba junto a mí en la cama demandando por completo mi atención, exigiendo cariño y mimos y yo feliz se los daba. Desde el día uno fui su prisionero.

Carolina era tan inesperada, tan rara, tan fuera de este mundo que me mantenía entretenido, y puedo jurar que jamás me hubiera aburrido de ella, ni de los colores estridentes de su ropa, ni de su pelo fuera de control. Sus ideas locas convertían cada día en una aventura.

Sin embargo, ninguna forma de perfección es eterna. No puedo explicarlo, pero lo supe. Supe perfectamente el día que lo conoció. Llegó a la casa más tarde de lo normal, su perfume estaba contaminado por una fragancia desconocida y su atención estaba en otro lado. Me tomó de la cabeza y me dio un beso sin mirarme, sin sentirlo y se puso a hacer sus cosas sin siquiera preguntarme nada.

Después de ese día todo cambió, llegaba del trabajo y se acostaba en la cama a hablar por teléfono, le importaba poco si me acercaba a ella o no. Poco a poco fue llegando cada vez más tarde, hasta que hubo noches en las que ni siquiera llegó. Me rompía el corazón, pero ella no parecía darse cuenta.

Yo traté con todas mis ganas de reactivarnos, de volver a lo que teníamos, de captar su atención. Pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Ella pasaba de mí. Ya no me cocinaba, ya no se acurrucaba junto a mí en la cama, dejé de importarle, ya sólo tenía mente para él.

Terminé por aceptarlo, no me quedaba de otra. Ella estaba tan feliz que tuve que olvidarme de mi egoísmo y dejarla ser, dejarla estar con él, dejar que se olvidara de mí. Me dediqué a contemplarla. Mientras hablaba con él se le iluminaba la cara, cuando se arreglaba para salir a verlo, sus nervios tensaban el ambiente de toda la casa, sonreía de oreja a oreja y se la pasaba cantando y dando vueltas por ahí, verdaderamente era feliz y todo se debía a él.

Un día de los que sabía que ella estaba con él, de esos que se arreglaba demasiado dándome a entender que no iba a volver, no me quedó de otra más que dormirme temprano. A media madrugada me despertó un azotón de puertas seguido por un grito que se convirtió en gemidos. Alarmado corrí hacia la entrada y la encontré tirada en el piso, abrazando sus piernas y sollozando, destrozada.

Me acerqué a ella y le lamí la cara, tratando de consolarla. Ese hijo de puta le había roto el corazón. Yo tenía ganas de matarlo, de arrancarle la cara.

Carolina pasó el resto de la semana metida en la cama, sin salir, sin abrir las cortinas, sin poner música, sin dejar de llorar. No sabía ni que hacer, daba vueltas por el cuarto tratando de distraerla, le propuse un millón de ideas, pero ella sólo me miraba y volvía a llorar. Así que me acurrucaba junto a ella, tratando de que depositara un poco de ese dolor en mí, tratando de aliviarla.

Al pasar diez días se levantó, se metió a bañar y al salir se quedó mirándose en el espejo bastante tiempo, sin sonreír, sin emitir ningún gesto. Luego se levantó y en un ataque de rabia arrancó todas las fotos de las paredes, abrió el closet y saco toda la ropa, aventándola al suelo, desesperada. Se puso un vestido negro, se pintó los labios de rojo intenso y se fue.

Esa noche, al volver, se acostó junto a mí en la cama, demandándome mimos y atención ¿sería que todo volvería a ser como antes? Me tomó entre sus brazos y me dijo al oído “ojalá los hombres pudieran ser como tú”. Pasamos la noche juntos, acurrucados, como antes de que conociera a ese cabrón.

A primera hora en la mañana, nos despertaron unas sirenas. Carolina se levantó temblando, podía notar sus ganas de llorar, pero las estaba conteniendo. Se miró unos instantes en el espejo y caminó hacia la puerta, había alguien del otro lado tocando el timbre con desesperación, el ruido de las sirenas seguía.  Antes de abrir se agachó, me abrazó y me dio un beso. Salió cerrando la puerta y poco a poco las sirenas se fueron desvaneciendo hasta dejar de sonar. Ella no regresó.

A veces escucho las sirenas y me emociono pensando que será ella, a veces alguna que otra brisa me recuerda su olor. Desde que se fue no valgo nada, sólo pienso en ella, me lamento y espero el día en que podamos estar juntos, sólo deseo volver a estar a su lado.