Picar cebolla.

Partir en capas y en cuadritos,

deconstruirlo todo.

Hasta convertir un cuento en poema –

 

Este ha sido el invierno más helado de los últimos 7 años.

Y yo aquí, muerta (de frío) y con hambre,

tratando de prepararme algo de comer.

Pero nada se compara ya con la frialdad de mis pensamientos.

 

El móvil al lado y yo sigo sin encontrar la voluntad

para responder algún mensaje,

ni la voluntad para hacer más de lo mínimo

para mantener esta vida

(en la que me dejaste).  

 

Cómo quisiera sentir algo;

tragarme un engaño, lento,

a besitos, como se bebe un buen tequila.

Caer en un juego, aunque ya me lo sepa,

dejar que me deslumbre hasta la ceguera

y sin miedo entregar más que mi cuerpo.

 

Por un rato, aunque sea,

perderme, pelearme, enamorarme.

Efervescer y volver a ser

(aquella que fui contigo).

 

Más los años no corrieron en vano,

 Y (des)afortunadamente,

la experiencia me enseñó a frenar

antes de dejar arrastrarme a cualquier barranco.

(Porque me lastimé mucho cuando caí en el tuyo)

 

Siendo honesta, ya no bebo tequila, ni me peleo,

ni me enamoro, mucho menos me precipito

(y ningún barranco ha vuelto a valer la pena).

 

No me reconozco, si pienso en aquella,

que inexperta y valiente

lo perdió todo en una mirada y una apuesta.

No me reconozco en viejas fotografías, ni en anécdotas,

ni siquiera en mis propios recuerdos.

 

Y nunca sabré quién fue aquella de la que te enamoraste,

la que llevaba mi nombre, la que te amaba.

Porque yo ya no soy (ella).

 

Un par de arrugas no hacen que mi cara se vea distinta

de la de aquella niña que fui

(antes de conocerte).

Pero qué cansada traigo la mirada.

Y ni con las pupilas dilatadas, y los ojos abiertos

le encuentro sentido a lo que veo en el espejo.

 

Desde que no estás, la oscuridad me calma.

Ahora da más miedo todo cuando lo veo;

Miradas y vidas cada vez más vacías,

Presencias, que alguna vez fueron tesoros,

y ahora estorbosas se han vuelto demasiadas.

 

Montones de recuerdos desordenados

que ya no hablan de mí,

y la intrascendencia…

que al fin está por alcanzarme.

 

Heladas, mis manos, no logran picar bien la cebolla.

El último invierno así de frío,

estabas tú ahí para abrazarme

(y para calentar mis sábanas).

Tal vez estoy tan fría que, por eso,

ya ni picando la cebolla, me salen lágrimas.

 

Ingenua, tanto quise una despedida.

Un final, un adiós, un cierre.  

Sin entender que la vida es un flujo constante

Sin capítulos, donde el único final será la muerte

Y el presente es sólo un instante

donde convergen pasado y futuro en su totalidad.

 

A veces, recuerdo cuánto te quería y vuelvo a quererte.

Recuerdo cuánto me dolías y vuelve a dolerme

Y quisiera regresar al pasado

y decir que todo va a estar bien

(pero hasta ahora sigue sin estarlo).

 

El hueco que dejaste no lo lleno con nada…

pero ya no lo lleno tampoco contigo.

 

Y lo que iba a ser, ya no fue.

nos lo perdimos, los dos.

Ahora entiendo, que ya ni te conozco

Ya ni siquiera me reconozco a mí.

 

Quisiera saber quién sería si no nos conociéramos.

¿Cambiaría algo o seríamos los mismos?

Tal vez encontrarnos fue cualquier cosa,

No hubo destino, ni trascendencia

el significado se lo inventamos nosotros.

 

(Sólo quería una despedida,

porque quería volver a verte.)

 

Y por qué no? De una tajada con el cuchillo me corto un dedo.

 

El dolor siempre encuentra la manera de hacerse gráfico.

Reclama su derecho y se hace presente.

Que aunque no quiera, vuelvo a sentir.

Que aunque no duela, la cicatriz revienta

Y en cada gota derramada, se escapa un recuerdo

(de los que antes, recordaba).

 

Sané la herida, me tomé un analgésico

y empecé a llorar…

como si la mitad de mí siempre tuviera que estar anestesiada.

porque todo, a veces me parece demasiado

por eso te he venido soltando de a poquitos

porque soltar, siempre me duele.

 

Y te recordaré, a pesar de que ya me olvidé de todo.

Hasta cuando me olvide de tu cara y tu nombre.

Te seguiré queriendo, a pesar de que ya no siento nada

Y seguirás siendo parte de mí

aunque ya no le encuentro sentido

a no olvidarte.

 

Si ya no te/me alcanzo a ver.

 

 

(Pierdo hasta la pérdida,

cuando me doy cuenta de que ya no pierdo nada).

Soledad

Lo malo de vivir en un pseudo-pueblo al cual la ciudad no ha logrado extinguir del todo, son las fiestas. No son parte de tu rutina ni de tus costumbres y, sin embargo, se celebran sin ti.

Empezaron los fuegos artificiales por ahí de las 11 de la noche y Margarita, mi perra, no tardó en ponerse ansiosa. Lleva 8 años viviendo en ésta casa, escuchando la pirotecnia de todas las fiestas de todos los santos y no ha logrado acostumbrarse. No ha logrado entender que en ésta casa está protegida, que nada malo pueden provocarle.

Mientras sonaban los estrepitosos cohetes Margarita daba vueltas, sin saber qué hacer, sin poder deshacerse del miedo. Hasta que concluyó por acurrucarse junto a mí en el sillón, temblando, escondiendo su nariz en mi regazo.  No entendí del todo si me estaba intentando proteger o si estaba protegiéndose en mí. Pero sin duda alguna, el estar a mi lado la hizo sentirse mejor, hizo del miedo algo más llevadero.

Formar vínculos es instintivo.

A lo largo de la vida uno va creando muchos vínculos. Ya lo dijo Aristóteles: “El hombre es por naturaleza un animal social”; Desde que abrimos los ojos por primera vez generamos un vínculo, los que somos afortunados, con nuestros padres. Y así mientras vamos creciendo vamos formando más y más tipos de vínculos que a la larga, definen nuestro carácter, nuestro pensamiento, nuestro único e individual ser.

Estos vínculos, mientras pasa el tiempo, se van haciendo cada vez más fuertes. Se convierten en herramientas, en nuestra raíz, en nuestra seguridad y en una parte importante de nuestra autoestima. Así, llega el momento en el que algunos de nosotros nos convertimos en personas fuertes, independientes, con hambre y sed de aventura. Entonces obviamos esos vínculos, creyendo que podemos prescindir de ellos.

Y entonces te vas, emprendes y te alejas de tus raíces, de tus bases. Intentas ser fuerte y autónomo, porque es así como te enseñaron a ser, es así como quieres ser. Y te quedas solo.

Al principio es fácil, tienes la adrenalina para disfrazar tu soledad y te emocionas resolviendo cosas que antes no hubieras podido. Tu Ego crece con la falta de convivencia, y ese es el principal problema de la soledad, que no te das cuenta de lo aislado que estás, que sigues funcionando.

Poco a poco te vas acostumbrando y la adrenalina se asienta. Es entonces cuando la soledad empieza a asomarse, cuando empieza a incomodar.

Recuerdo la primera vez que me enfermé estando fuera de casa. Nunca sabré si en verdad la gripa es más fuerte del otro lado del mar, o si yo la sentí peor por estar tan sola. La fiebre me tenía delirando tirada en cama y no podía levantarme ni para prepararme algo de comer. No tenía a quién hablarle, quien me hiciera una sopa, un té. Sin embargo, nadie se muere de una gripa, sobreviví y poco a poco se me olvidaron esos tres días de soledad, de insuficiencia propia.  Mas no puedo negar que ese ego tan enaltecido sufrió un daño.

Empiezas a extrañar compartir tu café matutino con alguien, las charlas a la hora de cenar, los viernes con tus amigos, cosas que antes te parecían poco especiales y dabas por sentadas. Hechas de menos todo aquello que te acunaba antes, pero sigues funcionando, intentando negar el hastío que surge del exceso de convivencia con tu propia mente. Intentando negar esa vulnerabilidad que surge entre tanto silencio. Y las rupturas de tu inconsciente empiezan a apoderarse de ti, empiezas a sentir que te sofocas en ti mismo. Esa, es la contrariedad de la soledad, que no estás totalmente sólo, estás contigo.

El otro problema de la soledad es que te deja sin opciones. Es la desesperación.  Te estás ahogando en el mar de la ansiedad y solo ruegas por cualquier cosa, un barco, un salvavidas. Y terminas por aferrarte al primer tronco que encuentras.

Yo no tuve la mejor de las suertes. Ahí, cuando más sola estuve, fue cuando lo conocí. Me aferré a él en ese naufragio, que, aunque no me daba cuenta me estaba carcomiendo.

Hoy que estamos juntos formando un nuevo vínculo, me miras y te preguntas cómo fue que dejé que se apoderara de mi vida alguien así. Ésta es mi mejor manera de responderlo. Resulta que al final no soy tan fuerte ni tan independiente. Que, así como Margarita no logra sobrellevar su miedo a la pirotecnia, yo no pude sobrevivir esa aventura sin un vínculo.

Supongo que al final de todo tengo que agradecerle, porque para bien o para mal llegó justo cuando más lo necesitaba, y de alguna manera u otra, logró cobijar mi alma ansiosa, hasta que el miedo de estar sola se hizo más llevadero.

 

“En la pobreza y en los demás infortunios, se considera a los amigos como el único refugio.» – Aristóteles.

Entropía

– ¿En qué piensas? – me dijo.

 

***

Cómo explicarle que la última media hora mi mente estuvo vagando entre Álvaro y los principios de la termodinámica, que mi pelo revuelto es sólo un reflejo de las marañas en mi mente y que a veces necesito abstraerme para ordenarme, para intentar entenderme.

Todo el debraye empezó hace algunos meses. Desperté un día de vuelta en mi casa, sumergida en una terrible involución en la cual pareciera que los últimos dos años de mi vida no pasaron, no valieron para nada. Mi vida regresó a lo que era antes; La misma gente, las mismas actividades, la misma ciudad, la misma casa y el mismo sentimiento de intrascendencia.

Y la pregunta ¿De qué sirvió? Me atormentaba. Empujar mis pies por un par de continentes, llenar mis suelas con la arena de cinco mares, despertar en tantas ciudades y dibujar un camino al que le aposté mi vida entera. Todo para que Álvaro se fuera y yo terminara en el punto inicial, como si no hubiera pasado nada.

Sin embargo, me sentía distinta, mucho más cansada. Y fue así como empecé a relacionar lo nuestro con la entropía, intentando aterrizar los pensamientos de Clausius junto con mis propios tormentos.

Es como la máquina de vapor, la cual parecía ser perfecta. Se suministraba calor, el agua se evaporaba, movía los pistones y volvía a condensarse para empezar el proceso de nuevo. Parecía eterno. Sin embargo, parte de la energía se perdía con el calor irradiado de la propia máquina. El sistema no era exacto, algo se escapaba, destinándolo a un inminente final.

Supongo que algo así pasó conmigo. Soñé y me calenté con un millón de ideas y planes, todo para volverme a condensar y acabar en el mismo punto de inicio. Y esa energía que se perdió, no es nada más que un mero aprendizaje en forma de joules. Que ahora he aprendido a ver las cosas de distinta manera, que cargo un par de cicatrices nuevas y que mis ojos se han abierto aún más.

 

Después de que en el mundo de la física se entendiera que nada es infinito, Boltzmann asoció la entropía con el grado de desorden de un sistema, haciendo ver que todo proceso en el universo tiende al desorden. Curiosamente ese es el orden natural, todo tiende al caos.

Eso me hizo pensar en cuando vivía con Álvaro, en esos días que llegaba de trabajar y al entrar al condominio en coche, deseaba con todas mis fuerzas pisar el acelerador a tope y estrellarme con el muro de piedra. Sin embargo, siempre concluí por girar a la derecha y estacionarme. Todo para llegar a una casa en la que cada vez habitaba más el caos, en la que cada vez era más cansado existir, en la que cada vez había más peleas y menos energía para arreglarlas. En una realidad en la que mi cuerpo cada vez tenía más sueño y mi mente estaba cada vez más aturdida intentando negar tantos problemas.

Así como los científicos se aferraron a que la máquina de vapor era un sistema perfecto, yo me aferré a que Álvaro y yo fuéramos eternos. Y cuando llegó el final me costó entender que era algo natural, que no fuimos nada especial, fuimos sólo un sistema más que naturalmente tendió al caos hasta destruirse.

Sin embargo, duele. Duele que se haya perdido la constancia de dicho experimento, porque por alguna razón no logro encontrar los recuerdos de los días que compartí a su lado, y cuando veo nuestras fotos se sienten como postales. Sólo veo en ellas a un par de desconocidos, enamorados, con los que no logro empatizar. No lo reconozco a él y no me reconozco como esa chica de pelo corto, que con toda su fuerza intentó ordenar el caos de un sistema que no tenía ni la menor oportunidad de salvarse.

 

Y es ahí cuando entra la metáfora de la pasta de dientes. Puedes sacar la pasta del tubo, sin el menor esfuerzo; Pero por más que trates no puedes volverla a meter sin un cambio de entropía, y es por eso que no puedo ver las cosas, ni sentirme como lo hacía antes.

Álvaro me dio la razón en lo único que no quería tenerla, me demostró a capa y espada que no es más que un cobarde y ahora por más que trate no puedo ver al hombre de las fotos como lo hacía antes. Se fue, poniendo un mar de por medio y quemando los puentes; Dejándome con las maletas hechas y el corazón en la mano. Y aunque trate, no puedo imaginar un camino de vuelta, todo lo que había apostado ya no está sobre la mesa, el concepto que tenía de él se perdió y ahora ese sueño se siente lejano. La pasta se salió del tubo y dicho acontecimiento es irreversible.

***

 

Interrumpiendo mi enmarañado silencio, me besó. Y las moléculas de mi cuerpo se sacudieron hasta evaporar mi sangre. Fue entonces cuando comprendí que la involución había llegado a su fin. Que después del primer beso, irreversiblemente se había desatado una entropía, que ahora que él forma parte de mi universo, que tengo su ADN bajo las uñas y sus ojos tatuados en la cabeza, estoy inmersa en un nuevo sistema el cual tenderá al caos y más temprano que tarde acabará por destruirse….

Fuego.

«En el descuido de un segundo, está contenida entera una catástrofe» – Antonio Muñoz 

 

Bastó un segundo, para que tus labios se abrieran rumbo hacia mi cuello generando una descarga eléctrica. Para que tus ojos se toparan con los míos y tus manos me conocieran por vez primera. El momento en que dos universos colapsaron, en el que tu vida y la mía se encontraron en un beso. Ese instante preciso en el que una chispa encendió una llama.

 

***

“Piromanía: trastorno del control de los impulsos, que produce un gran interés por el fuego, cómo producirlo, observarlo y extinguirlo.”

Quizás fueron aquellas conversaciones en las que nuestras ideologías chocaron. Dos mundos distintos que se debatían a través de la palabra. Caminando juntos en el malecón de noche, cuando el brillo de la luna se reflejaba en el mar, sin embargo, tu mirada brillaba con más fuerza. Habías encontrado algo nuevo y te llenaba de curiosidad; una inmigrante con corazón de gitana y poca fe, que gastaba sus días de soledad cuestionando al mundo, abandonando dogmas y paradigmas. Un alma opacada de tanta realidad, una mente que no cesaba y se disputaba con su propio corazón lleno de fuego, con un hambre de vivir y ver, de seguir cayendo y aprendiendo.

–   ¿Sabes? En clase estamos viendo temas de simulación. Tal vez te sorprenda,          pero a veces me encuentro simulando una vida contigo, imaginándome cómo        sería, las cosas que haríamos –

Dijiste en una de esas noches de canutos y pláticas de madrugada en un sillón naranja. Sin entender que simular es merodear entre mundos paralelos como si tuviésemos poder sobre ellos, como si fuese posible saltar de uno en otro y sumergirnos en una nueva realidad, como si pudiésemos con exactitud predecirla y escogerla. Sin embargo, simular también sirve para tomar decisiones, para ver con perspectiva el punto en el que uno se encuentra y valorar el entorno, encontrar en él las cosas buenas y las carencias y entonces generar una apuesta, bifurcar el camino en el que se está, escoger y crear otro universo, dejando el paralelo atrás.

 

***

–  Me da igual. Quiero estar contigo todo el tiempo que sea posible  – .

Dijiste en mi portal. Tratando de detener un final que parecía inminente. Y entonces empezó, escogiste el fuego. Se abrió un universo nuevo y nos tomamos de las manos; unas manos cargadas de fe, de ansiedad, de esperanza y deseo. Y en mi cama, entre sábanas blancas, convertimos la llama en fogata.

Y te enamoraste de mí, de mi temperatura que siempre está elevada y la manera en que en pleno invierno lleno de calor la cama, de la forma en que mis manos recorrieron tu cuerpo como queriendo fundirlo con el mío, de mi insaciable hambre de comerte sólo a ti; de la manera en que río hasta de la historia más trágica, de los días en los que pareciera que no me puedo estar quieta y quiero comerme al mundo de un bocado, y de esos otros en los que me inunda la calma y puedo dormir hasta trece horas seguidas sin importar lo que el sol dicte.

Te enamoraste de mí, de mis ideas insensatas y mi corazón constantemente roto, de mi pesimismo, mi melancolía y la contradictoria esperanza que encontraste en el brillo de mis ojos. De mi manera de escucharte y de mis conclusiones que sacudieron tu mundo. De las promesas que el fuego y su luz usan para atrapar al pirómano, como si fuera magia.

 

***

  “Fuego:  conjunto de partículas incandescentes de materia combustible, capaces de emitir calor y luz visible, producto de una reacción química de oxidación violenta.”

Pero tenías que saber, que el fuego es traicionero. Que llega un punto en que empiezas a depender de él, que si te alejas demasiado te da frío, te sumerge la oscuridad y tus pupilas lo necesitan para ver. Tenías que saber también, que el fuego cambia con su entorno, que si llueve se apaga y si hay demasiado viento crece y se descontrola, que en cualquier instante éste explota, destruyendo todo lo que está a su alcance.

Llamamos “amor” a todo aquel tiempo que estuvimos en guerra y poco a poco perdimos el control de la fogata. Hubo días en los que ésta seguía ardiendo, tranquila y placentera, en los que tú y yo nos abrazábamos, reíamos y jugábamos; en los que mis manos se paseaban por tu espalda y no podía parar de besarte, en los que nos comunicábamos sólo con la mirada y todo parecía suficiente. Días en los que florecía un nuevo sueño, como promesa de más chispa y en los que se emprendía una aventura más de las tantas que fuimos coleccionando.

Sin embargo, hubo días también en los que la rutina hacía que la fogata perdiera su fuerza, desgastada de las mismas discusiones, sin ganas ya de argumentar nada. Cansada de los días tan iguales, de la falta de empatía, donde las promesas perdían veracidad y el reflejo del espejo se quedaba en silencio. Días vacíos.

Y hubo un factor, que ambos desconocíamos. Que tus demonios eran enemigos de los míos y que mi ego y tu soberbia jamás aceptarían empatar. Que nuestras costumbres tan distintas no encontrarían mestizaje y que, aunque hablásemos el mismo idioma no nos podríamos comunicar.

Que no importaron, todas aquellas horas en las que intentamos llegar a un acuerdo, que por más que levanté la voz, no lograste escucharme y por más que llenaste el silencio de palabras no te aprendiste a expresar. La impotencia se apoderó de nuestras ganas, cargando los pensamientos de miedos y dudas, añadiendo a la rutina rencor y reproches.

 

***

“Explosión: Ruptura violenta de un cuerpo por la acción de un explosivo o por el exceso de presión interior, provocando un fuerte estruendo.”

Hasta que explotó, todo explotó. Ese fuego del que te enamoraste, se mezcló con la pólvora de tu mirada y la gasolina de tus palabras, ese fuego que se reprimía en mis adentros, el que intenté controlar se apoderó de mí. Y por un instante fui más fuego que alma y éstas manos que antes hablaban sólo de amor, se cargaron de ira y reaccionaron queriendo destruirte, queriendo acabar con todo.

Nuestra casa ardió como las millones de fogatas de la noche de San Xoan y al día siguiente todo estaba en ruinas, todas aquellas promesas de verano se habían convertido en cenizas. Ya no se sentía el calor.

Lo intentamos, aferrarnos a lo poco que quedaba, viviendo del recuerdo del fuego que antes ardía. Pero mi fuego tenía miedo, había conseguido niveles que antes le parecían inalcanzables, conoció su verdadero poder, su verdadera fuerza y se atrapó en sí mismo y en su culpa inexorable. Y tú ahora cargabas con cicatrices de eso que antes te había enamorado, la llama ya no te atraía ni te hacía sentir seguro, sabiendo que podía ser incontrolable.

El fuego no arde de la misma manera dos veces, después de ser incendio forestal no puede regresar a ser sólo una llama que ilumina. Y los estragos del incendio se pierden con el viento… desaparecen.

 

***

“Todo tiene derecho a la belleza” – Efraín Huerta.

Sin embargo, fuego soy y fuego fui y existe cierta belleza en el desastre. Que hay vidas que pasan enteras sin lograr encenderse, escondiéndose entre escusas y pretextos; pies que nunca se despegan del suelo y pasados sin importancia. Que hay amores opacos sin siquiera una chispa de lo que tú y yo fuimos.

Yo prefiero ser fuego y arder. Convertirme en cenizas y volverme a encender, vivir rápido, renacer tras mis errores, apostarlo todo sin pensarlo demasiado. Aprender a caminar con los puñales que la vida me entierra en la espalda, no dejar que nada me detenga, amar cada una de mis cicatrices y sus historias. Que vida sólo hay una y yo, no me quedo con las ganas. Me enfrento a ella con la fuerza de las olas de febrero y aunque me equivoque mil veces … no me arrepiento de nada.

A SU LADO

 

Se fue un día y sin ella la casa se sentía completamente vacía. Faltaba su estridente risa rebotando en las paredes, faltaban su perfume y los colores empalagosos de sus prendas. La casa se volvió un silencio insoportable sin el escándalo del abrir y cerrar de puertas que ocasionaba al dar vueltas tratando de encontrar un no se qué y sin el golpeteo de sus horrendos y estrafalarios zapatos paseando alterados por la habitación.  Faltaba ella.

Desde su ausencia no he dejado de preguntarme lo que podría haber sentido por mí. Si todas esas noches que pasamos juntos significaron algo, no entiendo cómo pudo haberme dejado así.

Desde que la conozco no ha sido más que una lluvia de emociones. Todas las noches llegaba diferente. A veces, estaba tan estresada que ni volteaba a verme. Entraba al cuarto, encendía la computadora, el radio y la televisión y se ponía a trabajar hasta altas horas en la madrugada. Otras veces llegaba contenta, deslumbrante, platicándome su día se ponía a cocinar algo rico para los dos. Pero mis veces favoritas eran cuando llegaba triste. Se acurrucaba junto a mí en la cama demandando por completo mi atención, exigiendo cariño y mimos y yo feliz se los daba. Desde el día uno fui su prisionero.

Carolina era tan inesperada, tan rara, tan fuera de este mundo que me mantenía entretenido, y puedo jurar que jamás me hubiera aburrido de ella, ni de los colores estridentes de su ropa, ni de su pelo fuera de control. Sus ideas locas convertían cada día en una aventura.

Sin embargo, ninguna forma de perfección es eterna. No puedo explicarlo, pero lo supe. Supe perfectamente el día que lo conoció. Llegó a la casa más tarde de lo normal, su perfume estaba contaminado por una fragancia desconocida y su atención estaba en otro lado. Me tomó de la cabeza y me dio un beso sin mirarme, sin sentirlo y se puso a hacer sus cosas sin siquiera preguntarme nada.

Después de ese día todo cambió, llegaba del trabajo y se acostaba en la cama a hablar por teléfono, le importaba poco si me acercaba a ella o no. Poco a poco fue llegando cada vez más tarde, hasta que hubo noches en las que ni siquiera llegó. Me rompía el corazón, pero ella no parecía darse cuenta.

Yo traté con todas mis ganas de reactivarnos, de volver a lo que teníamos, de captar su atención. Pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Ella pasaba de mí. Ya no me cocinaba, ya no se acurrucaba junto a mí en la cama, dejé de importarle, ya sólo tenía mente para él.

Terminé por aceptarlo, no me quedaba de otra. Ella estaba tan feliz que tuve que olvidarme de mi egoísmo y dejarla ser, dejarla estar con él, dejar que se olvidara de mí. Me dediqué a contemplarla. Mientras hablaba con él se le iluminaba la cara, cuando se arreglaba para salir a verlo, sus nervios tensaban el ambiente de toda la casa, sonreía de oreja a oreja y se la pasaba cantando y dando vueltas por ahí, verdaderamente era feliz y todo se debía a él.

Un día de los que sabía que ella estaba con él, de esos que se arreglaba demasiado dándome a entender que no iba a volver, no me quedó de otra más que dormirme temprano. A media madrugada me despertó un azotón de puertas seguido por un grito que se convirtió en gemidos. Alarmado corrí hacia la entrada y la encontré tirada en el piso, abrazando sus piernas y sollozando, destrozada.

Me acerqué a ella y le lamí la cara, tratando de consolarla. Ese hijo de puta le había roto el corazón. Yo tenía ganas de matarlo, de arrancarle la cara.

Carolina pasó el resto de la semana metida en la cama, sin salir, sin abrir las cortinas, sin poner música, sin dejar de llorar. No sabía ni que hacer, daba vueltas por el cuarto tratando de distraerla, le propuse un millón de ideas, pero ella sólo me miraba y volvía a llorar. Así que me acurrucaba junto a ella, tratando de que depositara un poco de ese dolor en mí, tratando de aliviarla.

Al pasar diez días se levantó, se metió a bañar y al salir se quedó mirándose en el espejo bastante tiempo, sin sonreír, sin emitir ningún gesto. Luego se levantó y en un ataque de rabia arrancó todas las fotos de las paredes, abrió el closet y saco toda la ropa, aventándola al suelo, desesperada. Se puso un vestido negro, se pintó los labios de rojo intenso y se fue.

Esa noche, al volver, se acostó junto a mí en la cama, demandándome mimos y atención ¿sería que todo volvería a ser como antes? Me tomó entre sus brazos y me dijo al oído “ojalá los hombres pudieran ser como tú”. Pasamos la noche juntos, acurrucados, como antes de que conociera a ese cabrón.

A primera hora en la mañana, nos despertaron unas sirenas. Carolina se levantó temblando, podía notar sus ganas de llorar, pero las estaba conteniendo. Se miró unos instantes en el espejo y caminó hacia la puerta, había alguien del otro lado tocando el timbre con desesperación, el ruido de las sirenas seguía.  Antes de abrir se agachó, me abrazó y me dio un beso. Salió cerrando la puerta y poco a poco las sirenas se fueron desvaneciendo hasta dejar de sonar. Ella no regresó.

A veces escucho las sirenas y me emociono pensando que será ella, a veces alguna que otra brisa me recuerda su olor. Desde que se fue no valgo nada, sólo pienso en ella, me lamento y espero el día en que podamos estar juntos, sólo deseo volver a estar a su lado.

5 etapas de ti.

NEGACIÓN

 

Pasaron los días y yo seguí esperando el momento para romperme. Pero no lo conseguí. Tu partida fue casi indetectable porque la vida siguió como si nada. Tu ausencia fue una capa que me protegió de sentir, evitando que me derrumbara. Y el sol siguió saliendo y el tiempo siguió corriendo frente a mí, sin tocarme, sin cambiarme. Me quedé estancada.

Una barrera de soledad cubrió mi cuerpo, no pude dejar escapar ni una lágrima. Pensarte era normal, no provocaba nada. Era como si no te hubieras ido porque no podía ni extrañarte. Tal vez fueron los estragos que dejó tu presencia, dejaste tu huella en todas partes, en mis manos, en mis ojos y en mi forma de pensar. tal vez estás tan dentro de mí que sigues aquí, tal vez es la vana certeza de que te sigo teniendo lo que me evita sufrir.

IRA

A que te hace muy feliz saber lo mucho que me jodiste. A que dejas escapar una sonrisa cada vez que piensas en todas las veces que te he invocado junto a la ventana.

Apuesto a que se te levanta el ego al saberme tan perdida, tan atorada, vagando entre sus manos y las del otro sin poder olvidarte.

Haz de reírte de saber que mi corazón se encuentra pasmado, sin morir, sin latir de nuevo. De saber que mi vida completa es una redundancia, que cada pensamiento empieza en ti, tratando de escaparte y acaba en ti de nuevo. Y es que te fuiste sin llevarte nada, pero cuántas cosas dejaste. Me transformaste, te encargaste de que fuera imposible olvidarte.

ANSIEDAD

Un ataque de pánico más, otro experimento fallido. Otra vez mis ganas de escapar. Más conversaciones vacías que me hacen extrañarte, demasiada adrenalina corriendo por mi sangre, intentando distraerme, intentando levantarme.

Y el olvido que me persigue, que intenta reemplazarme, con ella, con la que hoy te hace sonreír. Mis ganas de buscarte, de aferrarme a la punta de tus dedos, a la orilla de cada mirada, no vayas a soltarme.

Y luego salgo corriendo, en dirección opuesta, a opacarte con un trago o dos, a distraerme con uno o dos, pero tu recuerdo siempre termina por alcanzarme y me llena de miedo, porque lo sé, lo siento… después de ti, ningún cielo será suficiente.

DOLOR

Como un abismo que se convirtió en mi realidad llegó tu ausencia, desatando mi locura de extrañarte, quitando todo lo agradable, opacando hasta mi risa.

Como fuego que nace desde mis entrañas y arrasa con todo lo que queda de mí, convirtiéndome en nada. Ahogándome con hubieras y otros sinsentidos, que se revuelcan en cada pensamiento, llenándome de culpa, de remordimiento.

y mátame, mátame de una vez, si no vas a volver, si éste es el final. si no logro olvidarte ¿lo es?

ACEPTACIÓN

Casi pude escuchar al mar al ver el cielo tan lleno de estrellas. Que mirar el cielo, es mirar el pasado, es recordarte.

Me duelen todas las cosas que quiero decirte y se pierden con la distancia. Me duele saber que eres sólo un recuerdo.

El amor es lo que queda después del olvido, es ese fragmento que sobrevive al luto completo. Eso que queda después de odiarte y de llorarte, lo que sobrevive a través del tiempo.

Porque el tiempo no borra los sentimientos, ni los recuerdos. No borra nada, no sana nada. Acomoda lo que estaba, lo que queda y lo que está, formando una armonía. Sanando cada herida y componiendo cada parte hasta formar un todo, un todo que incluye eso que dejaste y que estará en mí por siempre, un todo que me permite recordarte sin buscarte, sin extrañarte.

Eso que llamábamos Felicidad

Aún recuerdo como se sentía. Como una brisa cálida que lejos de erizar la piel, la abrigaba. Como las manecillas del reloj desapareciendo, haciendo del tiempo pequeños instantes que parecían algo eterno. Aún recuerdo el calor del sol y todos los colores, los aromas y las pequeñas certezas que llenaban el alma de tranquilidad. Los mañanas seguros y la incertidumbre del futuro menos temerosa.

Todavía recuerdo esas largas caminatas sin dirección alguna, tomados de la mano, donde cualquier lugar parecía un paisaje. Nuestra habilidad para matar el tiempo, tu respiración profunda, uno que otro ronquido que me arrullaba y la luna de fondo.

Recuerdo los rayos del sol que hacían aparecer destellos dorados en tu cabello y líneas verdes y amarillas en tus ojos, recuerdo como mi mente se pasmaba mientras te observaba y el magnetismo que unía a mis manos con tu piel.

La tranquilidad de no buscar, como si lo tuviéramos todo. La sensación de poseer todas las respuestas y carecer de dudas. La inercia de hacer las cosas sólo por hacerlas. El ambiente estancado en una bola de cristal, donde no había nada más, porque nada más faltaba, la perfección. Recuerdo disfrutar.

Hasta que empezamos a verle cara de celda, y por más que la adornamos no volvió a sentirse igual. El tiempo se frustró y comenzaron las preguntas, la ansiedad. Se soltaron nuestras manos y salimos a buscar lo que ya teníamos, pero que en algún punto nos llegó a estorbar.

Porque eso que buscamos todos los hombres, va en contra de nuestra humanidad. Porque es indefinible y no lo vemos hasta que ya no está. Porque sería imposible detener el cambio, por más relativo que éste sea, porque no depende de nosotros. Porque nuestra necesidad se inclina más hacia buscar que hacia haber encontrado, porque si fueras algo eterno, no serías tan especial.

Recuerdo cuando los recuerdos no eran más que eso, hasta que los cargamos con conceptos y comparativos que lograron distorsionarlos. Recuerdo tu recuerdo, que ha cambiado. Porque lo que hoy recuerdo de ti, no es lo que eres ni lo que eras en ese entonces, es un fragmento distorsionado de la felicidad que algún día encontramos, de la felicidad que soltamos.

Aún tengo tu recuerdo, tengo el mío y el de lo que fuimos, Aún recuerdo eso que llamábamos felicidad.

insight

Ana ha tenido tantos hombres como pares de zapatos. Los encuentra, los usa hasta que le parecen incómodos y los bota, los cambia, decepcionada. Siempre espera más, siempre está buscando el zapato perfecto.

Cuando salimos siempre está atenta, buscando a ese, que la va a volver loca, que va a hacer que su cuerpo estalle de tanta adrenalina, que va a inundar cada célula, cada espacio, a ese que le va a romper cada fibra, cada rincón. Nunca pierde la esperanza.

Pero los sentimientos nunca son como los imaginamos, ni llegan en la forma que teníamos contemplada. A veces, ni nos damos cuenta que están ahí.

Creo que fue el otro día cuando se dio cuenta. Estábamos platicando, como tantas veces, y se le escapó. Un término conocido por los psicólogos como “insight”. Después de decirlo fue cuando supo, cuando ambos nos dimos cuenta. Ella está enamorada de mí. Y ésta forma de amor es contraria a lo que ella esperaba, pero lo sé, lo noto, la llena de calma, le permite sacar cada una de sus facetas, cada una de sus caras. No le da prisa, ni la llena de expectativas, ni ilusiones, ni esperanza. Ésta forma de amor crece sola, sin prisa. No tiene misterios, no la llena de incertidumbre, no cambia. Sólo es. Así como ella es, y yo soy.

En cuanto lo entendió cambió su mirada. Se calmó, como las llamas de una fogata, ardientes pero tranquilas. Cambió también el matiz de su sonrisa, como si guardara un secreto, un secreto que sólo nos pertenece a los dos. Y nos besamos, como tantas veces. Pero todo era distinto, no cambió lo que teníamos, cambió el significado.