Dieron las tres de la mañana y el antro se empezó a vaciar. Carlos y yo seguíamos entre bailando y platicando, un poco entorpecidos por el alcohol. Se acercó a mí y me dijo al oído “Esto ya murió. ¿Quieres seguirla en otro lado?”.
Siempre me quejé de la idiosincrasia del mexicano, ¿Por qué siempre dicen las cosas con rodeos y no como en verdad son? Somos expertos en las mentiras piadosas, en las indirectas y en decir la verdad bonita. ¿Por qué no decir la verdad como es?
Con el tiempo aprendí que sí somos directos, de cierta forma, entre líneas. Sólo basta poner atención. Como cuando le preguntas a tu amiga cómo se te ve el vestido y te contesta con una cara incómoda “mmm… no sé… está muy padre pero ¿No tienes otro?”. Está diciéndote que te ves horrible y que por favor te cambies. Ahora también sé que cuando un hombre te invita a cenar a su casa, en realidad no tiene en mente ingerir ningún tipo de alimento mientras estés ahí.
Sabía perfecto a lo que Carlos se refería. Asentí con la cabeza y él me dijo “vamos a mi depa, no está lejos de aquí.”
Salimos del antro y mientras esperábamos a que el valet trajera su coche nos besamos. En el camino hacia su departamento prendimos los dos un cigarro, se vuelve un ambiente tenso, con la combinación de adrenalina y miedo, cuando sabes lo que va a pasar después.
Al llegar me preguntó educadamente si quería algo de tomar o comer, para no verse obvio. También me dio el tour de cortesía por todo el departamento, por supuesto, la última parada era su cuarto. Yo fingí interesarme en su librero, que tenía puras cosas de economía y finanzas, también en el cuadro que estaba en la otra pared. Él sólo me veía, esperando lo obvio, hasta que me acerqué y lo besé.
Danzamos entre las paredes quitándonos la ropa hasta acabar en la cama casi desnudos. Nos dejamos llevar, apagando la razón y despertando todos los sentidos. Nuestros ritmos cardiacos se aceleraron y nuestros cuerpos se acercaban más y más hasta convertirse en uno.
De repente detecté en su cuello un aroma, que combinado con el calor de su piel contra la mía, me recordó a Daniel. Mi corazón se detuvo y me distraje de la acción por completo. Miles de imágenes atravesaron mi mente como una flecha. Abrí los ojos y miré al techo y a las paredes de éste lugar desconocido para mí, y en ellas casi pude ver el muro de tabique aparente en la cabecera del cuarto de Daniel, recordé su colcha de mezclilla y la briza helada que se colaba por la ventana que él siempre dejaba abierta, casi pude sentir que estaba ahí. Cerré los ojos nuevamente y al sentir el cabello rizado de Carlos y su espalda perfectamente tonificada, entendí que no se trataba de Daniel y recordé en donde estaba. Puse todas mis ganas en no distraerme más y seguir con el mismo ritmo hasta que Carlos terminó.
Me levanté y fui al baño. Junto al espejo, en las repisas había algunos productos como enjuague bucal, pasta de dientes, rastrillos. Entre ellos la loción que usaba Daniel. Tomé la botella y me senté en el piso. Aspiré profundamente la loción y recordé instantáneamente el sentimiento que tenía al abrazarlo, me levantaba ligeramente sobre las puntas de los pies, suspiraba profundo y el mundo se detenía dos instantes, ¡cómo me encantaba su olor! Recordé las noches que pasábamos juntos, dejando películas inconclusas, donde el mundo se resumía a las cuatro paredes de su cuarto y podíamos sólo ser y estar, sin que nada más importara. Las noches que no pasaba con él y me ponía su suéter para dormir, ese suéter tan impregnado de su olor que me hacía sentir que él estaba junto a mí, que me llenaba de confianza y de la certeza de que todo estaba bien. También recordé cuando terminamos y yo, extrañándolo desesperadamente, iba a las tiendas departamentales, al área de perfumes, a buscar su loción. Los vendedores me veían raro y decidían no acercarse después de verme como una loca oliendo la botella al borde del llanto. Yo sólo quería sentirlo cerca.
Me miré en el espejo y comencé a reír. Es increíble como un aroma evoca miles de recuerdos. Salí del baño y Carlos seguía en la cama, esperándome. Me acosté junto a él y encendimos los dos un cigarro, justo como lo hacía con Daniel. Disfruté ese cigarro lleno de buenos recuerdos y nostalgia, en los brazos de Carlos, pero mi mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. Algo bastante inapropiado.